-Jajajaja… ¡Esos alienígenas son tontos! –rió Kombo-. ¡Han ido directos hacia una trampa y ni siquiera han sospechado nada!
-La Ciudad Espejo ha servido de defensa a nuestra raza desde hace eones –explicó la Reina Mirrar-. Siempre que Tolet ha entrado en guerra, la Ciudad Espejo ha emergido para servir de distracción y protección de nuestra raza.
-Y si sois un pueblo de paz que jamás ha salido de este planeta, ¿contra quienes luchabais?
La pregunta de Raditz era capciosa, no había duda, pero había sacado a luz algo que muchos habían preferido no pensar: ¿contra qué o quiénes utilizaba Tolet sus dones de guerra?
El saiya entró en la sala del trono seguido por Coulny, la guerrera de pelo morado cuyo poder especial era controlar las feromonas.
-Creo que el extranjero ha demostrado su lealtad –declaró la escolta de Raditz-. A pesar de que vino a nuestro planeta para conquistarnos, ha demostrado que ahora está con nosotros al traicionar a su raza.
-Y porque estoy a vuestro lado os diré algo: esto acaba de comenzar. Si creéis que con esa explosión habéis vencido a mi raza, ya estáis perdidos.
-¡Pero qué dices! –intervino Cisor, el guerrero bárbaro de piel azul-. Esa explosión acabaría con cualquiera de nosotros. Habrá terminado con esas manadas y servido de aviso para todos los tuyos.
Raditz rió. –No tenéis ni idea de con quiénes os enfrentáis.
-Explícanoslo tú, extranjero –le pidió con inquina Sap-Thootet, la hechicera de la corte, sacerdotisa de extraños dioses.
-Eso, eso –incitó Showa-. Cuéntanos qué podemos hacer para protegernos de tu raza.
-Nada –sentenció Raditz, alto y claro, y todos temblaron al oírlo.
La Reina Mirrar bajó y se puso frente a él. –Hace horas nos has ayudado a salvar muchas vidas. Por favor, hazlo de nuevo.
Y el rostro compungido de la joven regente de Tolet hizo que algo se removiese en el interior del saiya.
-Me temo, Majestad, que sería retrasar lo inevitable. –Sus palabras fueron como dardos envenenados. Todos quedaron derrotados al instante-. Sin embargo –continuó el explorador-, en mi pueblo me han enseñado a seguir luchando hasta el final, aunque sepamos que no tenemos oportunidad alguna.
Tanto la Reina como la Santa Orden de los Clinar levantaron sus cabezas como un resorte, esperanzados e ilusionados. Todo el miedo había desaparecido con las palabras de aquel héroe inesperado.
Raditz se sentó en las escaleras del trono y todos se pusieron frente a él, expectantes. –Los míos quisieron conquistar vuestro planeta sólo por una cosa…
-El Corazón de Cristal –interrumpió Vidett, el pequeño monje.
-Exacto –asintió Raditz, sorprendido.
-El Corazón de Cristal es un nodo de poder gigantesco –argumentó la reina-. Según las Sagradas Escrituras fue uno de los pilares con los que se creó el Universo.
-¿Y cómo sabíais de su existencia? –preguntó Fausit, el enclenque soldado que siempre estaba junto a Wiuci.
-Nuestra División de Defensa es capaz de averiguar lo que sea –apuntó-. No importa lo desconocido o lejano que sea, tanto si es un hecho como un simple rumor, si ayuda a los saiyans, lo investigarán y se harán con ello. Por eso estoy aquí. Para indagar acerca de vuestra fuente de energía y mandar informes.
-¿Qué saben del Corazón? –preguntó no sin miedo Mirrar.
-Todo –respondió cabizbajo-. Localización, accesos, funcionamiento –mencionó señalando al cetro de la reina.
-¿Y qué harán ahora? –Samboo estaba temblando. Esa raza lo sabía todo acerca de su planeta, ¿cómo podrían vencer a un enemigo tan fuerte y que contaba con tanta ventaja?-.
-Ya saben que les he traicionado, así que optarán por un plan más directo –explicó Raditz-. Evaluarán los daños sufridos y atacarán. Irán directos a por el Corazón de Cristal y, tras obtenerlo, arrasaran el planeta.
-Entonces, enfoquemos todos nuestros esfuerzos en defenderlo –dijo la Reina.
Turles escarbaba tan rápido como podía. Los trozos del palacio salían revoleados alrededor del Capitán Explorador, no en vano, dos de las más mejores manadas del ejército estaban sepultadas bajo esos escombros. Dos manadas y… Bardock.
¿Qué era lo que él sentía por aquel hombre? ¿Qué lazos les unían? La consanguinidad entre los saiyans provocaba casos tan increíbles como la de ellos, prácticamente iguales el uno al otro. Sin embargo, ellos pensaban que podía haber más. Vínculos más fuertes, pero ninguno se atrevía a hablar, cosa que, por supuesto, tampoco impedían que se preocupasen más de lo normal el uno por el otro.
Una mano salió de entre las piedras y Turles, al verla, corrió hacia el lugar. La agarró con fuerza y de un solo tirón saco a la persona que permanecía sepultada haciendo que todo saliese por los aires.
-¿Qué ha pasado? –Toteppo estaba como si nada, quizás algo desorientado, pero su cuerpo e incluso vestimenta estaban intactas.
-¿Dónde está Bardock? –preguntó nervioso.
Toteppo se limitó a señalar una zona y Turles fue enseguida. A los pocos segundos, comenzó a ver cómo se divisaba los primeros cuerpos. Con la ayuda del gigantesco saiya que había salvado, Turles consiguió rescatar a las dos manadas.
-General Succe –habló por el intercomunicador en su oreja-, he rescatado a las dos manadas. La situación está controlada.
El Rey Vegeta lanzó su copa contra la pared. -¡Nadie se ríe de los saiyans!
Los tres Generales se miraron entre sí. Era difícil razonar con su rey cuando entraba en ese estado de cólera.
-¡Quiero a ese planeta reducido a cenizas! ¡Ahora! –exigió a gritos.
-Majestad, debemos mantener la estrategia. El Corazón de Cristal es muy importante para darle más poder a la tecnología tsufur –recordó Artíkone.
El rey se giró hacia ella con los ojos desorbitados. –Hemos estudiado a esta raza y sabemos de qué son capaces. No en vano casi destruyen a dos de las mejores manadas con las que Zorn cuenta ahora mismo. Si dejamos que se crezcan y tengan tiempo para planear una estrategia los daños serán mayores. Incluso podrían…
-Eso jamás –interrumpió Zorn-. No otra vez. No conmigo al mando, mi Señor.
Las palabras de seguridad del General de Ataque animaron al rey.
-Estoy de acuerdo con usted, Majestad. Debemos atacar de inmediato sin dar tiempo al enemigo a reorganizarse –añadió Succe.
-Pero corremos el riesgo de dañar al Corazón de Cristal. Y es una fuente de energía única en el Universo y esencial para el futuro funcionamiento de las esferas tsufur y del Big Gete Star –argumentó Artíkone-. No podemos atacar cómo una conquista más. El plan de invasión a través de células aisladas es el…
-¡Olvida tus estúpidos experimentos! –Succe estalló-. ¡Esto es la guerra!
-Mis experimentos, como tú los llamas, asegurarán la supervivencia y dominio de nuestra raza.
-¡¿Pero qué dices?! –Succe se echó a reír-. ¿Qué hace tu División, Artíkone? La de Zorn y la mía son las que sostienen a nuestro pueblo. Yo exploro y tomo informes para que Zorn decida cómo reducir al enemigo. Después nos hacemos con los tesoros de la población y con el planeta en sí. Dime, ¿cómo interviene tu grupo de debiluchos intelectuales en esta ecuación tan perfecta?
Artíkone se puso seria. –Porque esa ecuación tan perfecta es la que llevó a la extinción de nuestra raza –contestó con frialdad. Y los tres hombres se quedaron boquiabiertos-. Si sólo nos dedicamos a conquistar sin analizar cómo podemos mejorar a nuestra gente, tarde o temprano, alguien más fuerte aparecerá. Alguien como Freezer. Y si no podemos defendernos de él, estaremos muertos de nuevo.
Se hizo el silencio en aquella improvisada sala de reuniones. Todos estaban de acuerdo con ella. Las palabras de la General de la Divisón de Defensa habían sido sabías y muy tajantes en su contenido, casi preocupantes, pero habían logrado el efecto deseado: debían actuar con más cabeza. Y eso dejaba a su Divisón en una situación privilegiada.
-Ella tiene razón –dijo Zorn-. Deberíamos darle prioridad a la evolución antes que a los negocios. De hecho eso es lo que nos ha traído hasta Tolet.
-Muy bien, así sea –declaró el Rey Vegeta-. Responderemos al ataque de la Reina Mirrar pero no devastaremos el planeta. Zorn, prepara al ejército. No quiero que desaten toda su ferocidad, sólo que reduzcan al oponente con el menos daño posible. Atacaremos de inmediato.
-Sí, Majestad –asintió el General de Ataque.
-Pero Señor –habló Artíkone-, eso no es lo que quería decir. Creo que un ataque por manadas bien experimentadas es la táctica más apropiada para asegurar el bienestar del Corazón de Cristal.
-Sé lo que has querido decir, General –respondió el rey con soberbia-, pero no lo haremos a tu manera. Tienes razón en tus palabras, pero no en cómo enfocar la situación en la que estamos. Para eso tenemos a Zorn. Démosle a Tolet algo de lo que realmente preocuparse, no sólo unas manadas infiltradas en sus tierras. Démosle algo que temer, que les tengan preocupados y ocupados mientras hacemos el verdadero trabajo para el que hemos venido.
-¿Y si se daña al Corazón de Cristal en el proceso? –preguntó ella.
Zorn se acercó a Artíkone y la miró fijamente a los ojos. –Si de verdad piensas que es tan importante, yo mismo te lo conseguiré.
-¡¿Tú?! –Artíkone no daba crédito. ¿El mismísimo General de Ataque iba a inmiscuirse en la misión por ella?
-Artíkone, no conozco a nadie que crea más en su trabajo que tú. Si de verdad crees que para el bien de nuestra especie es esencial conseguir esa cosa, yo lo traeré. Creo en ti.
La mirada de Zorn era penetrante, casi llegaba al alma.
Artíkone apartó sus ojos y se sonrojó.
-Gracias –fue lo único que pudo salir de sus labios mientras su corazón latía y latía por la tremenda emoción.
-Entonces prepara a tus hombres, Zorn –repitió el Rey Vegeta-. Ataquemos.
El palacio real de Tolet se abrió en un gran estruendo. De su interior se elevó desde el núcleo del planeta una gigantesca roca cristalina muy, muy brillante. El Corazón de Cristal.
El nodo de Tolet comenzó a emitir unas luces iridiscentes y poco a poco fue aumentando su fulgor.
En la sala del trono, la Reina Mirrar miraba desde la cúpula abierta al Corazón, entristecida por la situación que vivía pero esperanzada por el futuro que preveía. Raditz había demostrado ser un aliado fiel y debían encomendarse a él para sobrevivir, tal y como lo estaban haciendo en esos precisos instantes.
-El Corazón está fuera –anunció la reina-. Sólo debemos esperar a que alcance todo su poder para utilizarlo y barrer a todos nuestros enemigos.
-¿Cuánto tardará? –preguntó Raditz, bastante inquieto.
-Cuatro aproximaciones desis –contestó.
-Cuatro aproximaciones… -Raditz calculaba-. Eso son unos veinte minutos. Habrá que protegerlo hasta entonces.
-Eso haremos. –La reina caminó hacia sus guerreros y quedó rodeada por toda la Orden Clinar. Los miró uno a uno y recitó sus nombres como los invocase, como si fuesen dioses a los que rezaba por su vida-. Showa y Shamboo, mortíferas guerreras gemelas, diosa de los elementos y soldado inquebrantable; Keldron, la que nunca ha recibido un golpe; Kombo, con quien luchar es un sentencia de muerte; El sabio Reydraih, el más antiguo, maestro de la erosión y el clima; Coulny, la irresistible asesina; Vidett, la muerte sin rostro; Wiuci, el torbellino destructor; Fausit, señor de la energía; Sap-Thootet, la que goza del favor de los dioses; Cisor, cuya fuerza mueve planetas y Di-Durant, el robot guardián de las leyes. Vosotros sois la Sagrada Orden de Clinar y hoy Tolet necesita que luchéis por nosotros.
Todos se arrodillaron alrededor de la reina, rindiéndole pleitesía, orgullosos de servirla.
-Hay ocho accesos al Corazón Sagrado –prosiguió ella-. Cuatro de vosotros iréis al encuentro de los saiyans para retrasar su avance, cada uno por un punto cardinal. El resto, cada uno protegerá uno de los caminos al Corazón que existe en este palacio –y todos asintieron-.
-Yo me quedaré junto a usted para defenderla, Majestad –dijo Raditz colocándose a su lado.
Ella le miró con recelo pero aceptó su oferta. Tenía que confiar plenamente en él, sin censuras.
-Preparaos –ordeno la joven gobernante.
Y la guerra de Tolet dio comienzo.