No quedaba nada en pie. Algunos edificios estaban completamente derruidos, otros por la mitad y rodeado de los escombros que habían sido sus pisos superiores. Pero ninguno permaneció intacto. Nada lo hacía cuando los saiyans atacaban un planeta.
El planeta Tolet era un paraíso lleno de agua, blancas montañas y cristalina vegetación. Su atmósfera azulada les proporcionaba no sólo protección contra sus tres soles, sino contra cualquier clase de peligro exterior ya que tenía la extraña propiedad de ser gaseosa por dentro y sólida desde el reverso del universo. Sus habitantes, los toiletanos, eran una raza pacífica cuya única incursión al espacio exterior había sido hacía sólo unas semanas, cuando por primera vez en milenios y por una desconocida razón, la atmósfera protectora se había agrietado y comenzaba a desmoronarse.
La Reina Mirrar, magnánima y amada soberana del planeta, mandó a Shamboo y Showa, guerreras gemelas pertenecientes a la Santa Orden de los Clinar, a investigar en la superficie sólida de la atmósfera de Tolet. Y allí fue donde le vieron por primera vez.
Las letales guerreras encontraron una nave espacial esférica con un tripulante herido en su interior y no dudaron en llevar al extraño alien con cola al interior de su planeta.
Durante días estuvieron cuidando de él y sanando sus heridas. Cuando despertó, le interrogaron acerca del accidente y demandaron saber su identidad e intenciones.
-Me llamo Raditz, Majestad –respondió con total respeto-. Pertenezco a la raza de los saiyans y mi llegada a su planeta ha sido un accidente. O, al menos, no quería provocar todo este alboroto. Lo lamento.
La Reina Mirrar acogió a Raditz y le trató como a su huésped de honor, no en vano, en toda la historia de Tolet, era el primer alienígena que había pisado el planeta, y aquello fue todo un acontecimiento.
Durante semanas, hablaron acerca de las dos culturas. Los toiletanos eran personas muy religiosas que seguían un estricto dogma. Para ellos la existencia era una sucesión de doce vidas distintas en las que debían recoger todo el conocimiento que pudiesen para después unirse al Corazón de Cristal del planeta y vivir allí eternamente y servir de consejeros a las futuras generaciones. Pero si alguno se desviaba de ese camino, si alguno anteponía su propio bienestar al del conjunto, cuando llegase la hora del juicio final, serían exterminados y su inmortalidad volatilizada como una simple utopía.
Algunos toiletanos además podían tener el grandísimo honor de formar parte de la Santa Orden de los Clinar, la guardia real de Tolet y protectora del orden en todo el planeta. Formar parte de este grupo era tener acceso a todo un sinfín de sabiduría y poder, ya que la energía de cada miembro era aumentada por el gran Corazón de Cristal al momento de su unión.
Pero en todo aquello hubo algo que inquietó a Raditz: ¿por qué quería un planeta tan pacífico y tranquilo como Tolet unos guardias tan poderosos?
Cuando le tocó el turno de hablar a Raditz acerca de su raza, obviamente, mintió. Y cuando los toiletanos quisieron contrastar lo que aquel extraño les había contado ya fue demasiado tarde.
Raditz tenía los brazos sobre el atril de piedra del Templo Sagrado. La nave principal estaba a oscuras. Sólo la luz de las antorchas provenientes del pasillo exterior iluminaba tenuemente la parte de la entrada. Todo lo demás estaba sumido en las tinieblas. Tanto las esculturas y cuadros que decoraban el recinto sagrado como el hombre que allí lloraba sus pecados.
La sombra alargada de alguien se dibujó en el suelo del templo. Raditz alzó la vista y vio a Coulny en el umbral de la puerta.
-Te perdonarán, Raditz –dijo la mujer de pelo largo y morado-. No tenías elección. Todos lo sabemos.
Pero aquellas palabras de alivio no sofocaban el dolor del saiya. Una cosa era traicionar a tu pueblo. Pero otra bien distinta era hacerlo a tu corazón.
En la sala del trono, la Reina Mirrar estaba reunida junto a la Orden de Clinar en una asamblea de emergencia. Ni el más viejo ni pesimista de sus miembros podría haberse imaginado una situación igual hacía sólo unos días.
-El enemigo va directamente hacia palacio, Majestad –comentó Wiuci, el obeso guerrero de chaleco y enormes guantes, mientras miraba hacia la bola de cristal que había sobre un pedestal.
A su lado y en contraste con él, un chico joven y enclenque observaba con igual preocupación las imágenes mostradas por la esfera. –Es cierto, mi Reina. Ya han sobrepasado las murallas exteriores y avanzan sin demora por la ciudad.
-¿Qué hacemos, mi Reina? –preguntó Kombo, el hombre erizo.
La Reina Mirrar bajó lentamente las escaleras de mármol que le separaba de sus protectores y se puso en medio de ellos. Con tan sólo mirarla, todos quedaron más tranquilos. El rostro de la joven reina era de paz, seguridad y benevolencia, cómo una persona que está en paz consigo mismo.
-Haremos lo que él planeó –sentenció.
-¿Vamos a confiar nuestra existencia a uno de ellos? –exclamó sorprendida Keldron, la chica de tez grisácea y brillantes ojos azules.
-Raditz nos ha mentido, Majestad –declaró Showa con especial dolor-. No deberíamos confiar en él.
La reina le sonrió con ternura. -¿Qué sabes tú de esa raza, Showa?
Ella miró hacia el suelo.
-Ninguno de nosotros tenemos información alguna de esos saiyans –continuó-. ¡Por el Sagrado Corazón de Cristal, ni siquiera sabemos nada de otros mundos! No sabemos qué más habita en el universo y, por lo tanto, no sabemos cómo podemos combatirles. Tenemos que confiar en él.
-La reina tiene razón –comentó Reydraih, el más viejo de la Orden, quién ya vivía su última vida antes de unirse al Corazón-. Debemos confiar en el extraño. Es la única esperanza para Tolet.
Y con las palabras del sabio, los guerreros y la reina decidieron confiar el destino de su planeta a su propio enemigo.
Turles saltó de edificio en edificio hasta que se posó sobre una azotea lo bastante alta. Miró a su alrededor y accionó su rastreador. –Los nativos se han recluido en el palacio –dijo el Capitán de la División de Exploración-. Los datos dados por Raditz son ciertos.
-Entonces ya sabe qué hacer, Capitán –le respondió una voz desde su aparato-. Siga las instrucciones dadas por Raditz y entre en el palacio evitando los puntos C y D.
-Sí, mi General.
Una persona bajó del cielo y se posó junto a él.
-¿Procedemos, Turles? –le preguntó una persona con cabellos idénticos a los de él.
El Capitán frunció el ceño y mantuvo la mirada perdida en el palacio que se avistaba en el horizonte. –No hay más remedio, Bardock. Habrá que confiar en el plan de tu hijo.
Bardock agarró el hombro de Turles. –No te preocupes, Turles. Todo saldrá bien.
-Eso espero –respondió sin mucha convicción.
Bardock encendió su dispositivo. –General, estamos listos.
En la órbita de Tolet, la nave nodriza de los saiyans permanecía inmóvil desde hacía días. En su interior, el Rey Vegeta junto a sus tres Generales contemplaban el azulado planeta desde la ventanilla principal.
-Manada del Relámpago Azul, Manada de los Kai Huru, atacad –ordenó Zorn.
-Por fin empieza el espectáculo –señaló el Rey antes de dar un sorbo a su copa.
-Espero que tengas razón respecto a ese Corazón de Cristal, Artikone –le espetó Succe-. Hemos invertido mucho para conseguirlo.
-Tú preocúpate de que la información dada por tus hombres sea la correcta –contestó la General-. Porque si ellos han fallado en el reconocimiento, lo que nos espera ahí abajo sí que será una verdadera pérdida, tanto de recursos como de hombres. Será una auténtica matanza.
Zorn miró al viejo General y vio como éste tragaba saliva. Sin duda Artíkone había tocado un tema delicado. Si Succe erraba una vez más, al Rey Vegeta le iba a ser muy difícil encontrar más motivos para perdonarle. Y eso era algo que todos sabían.
La cúpula del patio central cayó destrozada al suelo y sobre lo que quedaba de ella cayó Bardock. El líder Alpha de la manada inspeccionó la zona y alzó su puño, dando así permiso a todo su grupo para caer hasta su posición.
-Jefe, no hace falta que usted haga todos los reconocimientos –le dijo Seripa-. Ese era mi trabajo y puedo seguir haciéndolo.
-No os expondré a peligros innecesarios –aclaró Bardock, más como una sentencia que como una simple explicación.
-No podrás cuidar de nosotros siempre, jefe –expresó Pambukin.
-Es verdad, Bardock. Déjanos correr nuestros propios riesgos –añadió Toma.
-Os perdí una vez, no volveré a hacerlo.
Con esas palabras, Bardock empezó a caminar hacia la única entrada a palacio que había frente a él. Pero para su segundo al mando aquella conversación estaba lejos de terminar.
Toma se puso en su camino. –Bardock, no es ninguna petición lo que te acabamos de decir. No vamos a permitir que cargues con todo el peso de las misiones. ¿O es que tengo que recordarte que a ti también te mataron?
Por un momento, Toma creyó que su jefe y mejor amigo iba a darle un puñetazo, pero no lo hizo. Bardock le miró con enfado y, segundos después, quedó abatido.
-Lo siento –se excusó el líder del Relámpago Azul-. Yo sólo quería…
-Bardock –le interrumpió Toma-, no debes disculparte, sólo contar con nosotros. No estás solo, amigo.
Todos los componentes del Relámpago Azul rodearon a su líder. Bardock los miró y vio la lealtad y sacrificio de cada uno reflejada en sus rostros. Tenían razón. Si él estuviese en su misma situación actuaría como ellos. Eran más que una manada, eran una familia.
Bardock sacudió su cabeza y después continuó su avance.
-Dejémonos de sentimentalismos. Hay una tarea que hacer.
Bardock abrió la puerta doble que les separaba de la siguiente sala. Allí, en una habitación oscura y rectangular divida en tres por dos hileras de columnas, les estaban esperando cinco saiyans bien conocidos para ellos.
-¡¿Vosotros?! –pronunció Toma.
-Vaya, vaya, la manada del Relámpago Azul. ¿Siempre llegáis tan tarde a vuestros objetivos? –les echó en cara Kabish, el líder Alpha, un hombre alto y fornido que detestaba llevar armadura. Él, como todos los de su manada, iba vestido con trajes de piel y llevaba cubierta toda su piel con pinturas de guerra y camuflaje.
-Kabish, esta no es tu zona. Te has metido en nuestra misión. Tu objetivo era la entrada C –le recriminó Bardock.
-¿Ahora vas a decirme cómo debo hacer mi trabajo, Bardock?
Kabish se acercó a Bardock y se encaró con él. Viéndole uno frente a otro, el líder del Relámpago Azul parecía un simple niño enfrentándose a un adulto.
Las dos manadas se pusieron atrás de sus respectivos líderes.
-No es momento de luchar entre nosotros –intercedió Toma.
-Tú métete en tus propios asuntos –dijo Kaiware, la segunda al mando, una mujer de larga trenza y escultural cuerpo.
Jerb –viejo, de pelo erizado y dos espadas-, Lazmin –de baja estatura, calvo y dentadura serrada- y Zinomon –gigante de pelo largo- rodearon a Toma. Al verlos, Bardock dejó de vigilar a Kabish y éste aprovecho para golpearle en la cara y lanzarlo contra las puertas.
-Pareces un novato, Bardock –le espetó Kabish.
Y entonces, un fuerte sonido captó la atención de ambas manadas. A medida que el ronco retumbar de una campana sonaba por todo el palacio, uno a uno todos los soldados que había en su interior salieron en busca de los saiyans armas en mano.
Más de cien soldados llenaron la estancia y apuntaron con sus fusiles a ambas manadas.
-Mierda, ¿ahora qué hacemos? –preguntó Zinomon.
-¿Tú qué crees? –contestó Pambukin.
De los rifles salieron varias luces que alumbraron a los saiyans.
-¿Qué hacen? –dijo Seripa.
-Ya me estoy cansando de estar a la defensiva –gruñó Kaiware.
La bella saiya alzó el brazo y lanzó una descarga de energía sobre los soldados. Sin embargo, para sorpresa de todos, nada salió de su mano.
-¿Qué ocurre? –dijo sorprendida.
-Nos han inhibido nuestro ki –explicó Pambukin-. Son esas luces, impiden que tengamos conexión alguna con nuestra fuerza interior.
Entonces, la voz de Zorn se escuchó por los scouters de todos. –Un minuto para alcanzar el objetivo. Daos prisa.
Kabish y Bardock se miraron el uno al otro.
-Iros –aconsejó Toma-. Nosotros nos encargaremos de ellos.
Bardock miró a su amigo con agonía, como si lo hiciese por última vez.
-No os preocupéis y marchaos –secundó Kaiware-. Lo principal es cumplir el objetivo. Largaos.
Kabish cogió a Bardock del brazo y los dos líderes corrieron hacia la sala del trono. Rompieron la puerta principal y vieron allí a la Reina Mirrar junto a los doce miembros de su guardia real.
Sin mediar palabra, Kabish arrancó hacia ellos profiriendo un terrorífico alarido. Antes de que el poderoso líder de los Kai Huru llegase hasta ellos, las figuras de todos los toiletanos se derritieron, dejando a la vista a unos seres oscuros, como sombras vivientes.
Kabish frenó su acometida, pasmado, y miró a Bardock en busca de alguna explicación.
-Es una trampa.
Eso fue lo único que el saiya pudo decir antes de que todo el palacio estallase en mil pedazos.