La Puerta Norte se abrió y salió al campo de batalla el enclenque Fausit. Miró hacia delante y vio una turba encendida avanzando hacia él en completo silencio. Aunque por la humareda que formaban ya se avistaba que eran muy numerosos, aún no llegaba sonido alguno a sus oídos.
El Guardián Clinar se tomó unos segundos para hacer algunos ejercicios de respiración y, después, conectar con su energía interior a través de unos movimientos lentos pero perfectamente ejecutados. Todavía estaban lejos y podía permitirse el lujo de meditar antes de su llegada.
Cuando las primeras siluetas de soldados, tanto en la tierra como en el aire, se fueron haciendo reconocibles, Fausit se alisó su túnica blanca y empezó a darles encuentro a sus adversarios.
2 kilómetros de distancia.
El joven guerrero místico extendió los brazos, cerró los ojos y entró en comunión con todo aquello que le rodeaba, tratando de sentir hasta a la más pequeña semilla que estaba a punto de germinar.
1,5 kilómetros.
Sintió como le hablaban, como trataban de apoyarle en su empresa. No en vano, toda vida estaba en peligro si los saiyans alcanzaban su objetivo. Fausit les pidió calma. Aún no era el momento.
1 kilómetro.
La energía de los invasores era rabiosa e impredecible. Todos escondían en su corazón un odio sin límites y eso parecía ser el núcleo de su fuerza. ¿Cómo podían existir unos seres así? Fausit trató de apartar aquellas dudas y tomó nota mental de rezar más adelante por ellos.
0,5 kilómetros.
Ahora la sentía plenamente. La energía saiyan era terriblemente poderosa. Hasta el más nimio soldado tenía en su interior la facultad de hacer explotar su fuerza en una sorprendente transformación. Era algo temible, muy poderoso. Pero también jugaría ahora en su contra. Pues como bien sabía Fausit, cuanto más poderoso eras, más fuerte explotarías.
El señor de la energía abrió sus ojos. Delante de él ya no había siluetas ni guerreros, solo puntos de energía, unos más grandes que otros. Fausit extendió sus manos hacia ellos y entró en sintonía. Y entonces los hizo explotar.
Los cientos de guerreros saiyans que corrían hacia la puerta Norte sintieron como sus auras despertaban a su alrededor. Asustados, pararon en seco y buscaron respuesta los unos en los otros. Sus auras crecieron más y más y todos sin excepción experimentaron como su fuerza era elevada hasta límites que ni ellos mismos habían sospechado. Después –y a causa de ese aumento de ki-, todos sus cuerpos se fueron iluminando hasta quedar completamente blancos mientras irradiaban un fulgor cegador. Un segundo más tarde todos explotaron y se convirtieron en cenizas.
Fausit expiró y se quedó en silencio mirando como el viento arrastraba a lo que quedaba de sus enemigos.
En la Puerta Sur, el anciano Reydraih contemplaba apoyándose en su bastón la masacre que ante él comenzaba a formarse. Decenas y decenas de soldados, hombres y mujeres entrenados para la guerra, fuertes y prepotentes, eran barridos como simples hojas caídas de los árboles.
Era curioso. En un radio de unos tres metros alrededor del anciano no existía el menor atisbo de mal tiempo. Ni una pizca de viento y completamente soleado. Sin embargo, hasta donde le alcanzaba la vista todo era un infierno. Rachas de viento impredecibles y tan fuertes como para derribar edificios enteros, un cielo encapotado donde las tormentas eléctricas abandonaban las nubes para lanzar sus fieros ataques a la tierra. Y huracanes. Muchísimos huracanes que se creaban de la nada, arrasaban a los soldados que habían en su camino y desaparecían con la misma facilidad.
Tres soldados saiyan bastante capaces esquivaron todo los obstáculos meteorológicos que se pusieron en su camino y corrieron raudos hacia al causante de ellos. Reydraih les miró y apuntó con su bastón hacia ellos. En ese instante, un viento aún más fuerte salió disparado hacia ellos.
Los soldados, sorprendidos, se cubrieron con sus brazos como un simple acto reflejo. Ni cinco segundos más tarde, los tres guerreros observaron horrorizados como aquel viento empezó a corroer la armadura que les protegía, destruyéndola tan fácilmente como el agua destrozaba el papel.
Uno de ellos aulló de dolor. La erosión ya tocaba su propia piel. Antes de que pudiesen reaccionar, aquel viento de muerte estaba llevándose su carne y dejando a la vista sus esqueletos. Pocos segundos después, el viejo Reydraih vio caer tres montones de huesos frente a él.
Al contrario que sus compañeros, Wiuci no esperó a que los saiyans fuesen a por él. Cuando los enemigos de Tolet atacaron la Puerta Este, él ya estaba allí esperándoles.
En cuanto tocaron tierra, el gordo guerrero apretó sus puños y los chocó contra el suelo formando enormes grietas en la tierra que se fueron abriendo hasta llegar a los saiyans, tragándoselos sin compasión hasta el fondo del planeta. La solución para los soldados con cola fue fácil: volar. Y eso cabreó aún más a Wiuci.
Él no podía volar. De hecho, pocos en Tolet sabían. Y combatir contra un enemigo al que puedes alcanzar era como tratar de apagar el sol a soplidos. Tenía que pasar a un plan B. Y se odiaba por tener que recurrir a eso tan pronto.
Wiuci se deshizo de varios saiyans que habían osado atacarles y se preparó para realizar su ataque más devastador. Puso sus brazos en cruz e hizo que sus gigantescos y mágicos guantes dorados brillasen. Entonces, saltó tan alto como pudo y estiró ambas manos como si quisiera agarrarse a la nada. Y, de hecho, lo hizo. Gracias al poder de sus guantes, Wiuci se aferró de alguna extraña manera al mismísimo cielo de Tolet, quedándose allí colgado algunos segundos. Después, y debido al enorme peso de Wiuci, el cielo cedió y cayó abajo junto a él, formando un vacío en la cúpula de Tolet donde rayos y tremendos vendavales salían por todas partes. Cuando Wiuci cayó el suelo, cielo y tierra se tocaron. Y aquel hecho tan poético como a la postre imposible creó un enorme estallido de energía. Del suelo salieron estalagmitas tan altas que ensartaron a los saiyans voladores. Pero los que pudieron esquivarlas tampoco sufrieron mejor suerte. Los que no murieron congelados por una fortísima ventisca quedaron calcinados por un aire abrasador. Ese era el poder de Wiuci, el torbellino destructor, llamado así porque nada quedaba en pie tras su paso.
Lejos de allí, en la Puerta Oeste, Coulny miraba divertida como todos los saiyans luchaban entre sí. Guerreros altos, bajos, corpulentos, flacuchos, transformados en mono y como simples humanos; nadie se salvaba de su poder: el control de las feromonas. Todos los hombres que estaban a su alrededor se sentían irremediablemente atraídos por ella. Todos la deseaban con demencia asesina, con tal fuerza como para acabar con los demás pretendientes o con las enemigas de su amada. Y eso era lo que precisamente hacían, competir a muerte por ser el merecedor de aquella que les estaba robando el juicio.
Coulny se apoyó contra la puerta, divertida, observando como aquella raza de prepotentes conquistadores caían presa de su propia rabia. Juguetona, empezó a enroscar su precioso pelo morado en su dedo y decidió aumentar la dosis, y entonces aquella guerra se convirtió en matanza. Y Coulny rió más fuerte.
Desde la lejanía, Turles y las manadas del Relámpago Azul y de los Kai Huru observaban pasmados como su gente era vencida con suma facilidad.
-Nos están exterminando –clamó el Capitán Explorador con los ojos como platos.
-Las comunicaciones con la nave nodriza están rotas –anunció Lazmin mientras tocaba una y otra vez su scouter.
-Por supuesto que están rotas –añadió Pambukin-. La salida a la superficie de ese trozo de piedra gigante ha ocasionado un sinfín de interferencias tanto en las señales como en nuestro propio ki. ¿Por qué crees que ellos son tan poderosos y nosotros no?
-Estamos solos –sentenció Bardock-. Así que debemos hacer esto a nuestra manera.
-Y sin demora –apuntó Kabish.
Turles se giró hacia ellos. –Muy bien. Todos conocéis los informes que Raditz dio acerca de este pueblo. Ya que ni nuestro rey ni el General Zorn pueden dar órdenes, ¿cómo creéis que debemos actuar?
Bardock y Kabish se miraron entre sí antes de hablar.
-Hay cuatro accesos a palacio y, después, ocho caminos diferentes hasta el Corazón de Cristal –dijo el líder de los Kai Huru.
-Nosotros somos cinco miembros por manada y tú, que trabajas mejor solo –explicó Bardock-. Tenemos que planear la ofensiva sólo con estos efectivos.
-Muy bien, lo haremos así –decidió Turles.
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