La traición de Bardock.
Grietas en un sólido imperio.
-Rey Vegeta, tengo que anunciarle que Freezer ha muerto –dijo Babidi despegando sus ojos de una de las tres vasijas robadas a Dende.
-¿Freezer? -el rey no parecía preocupado-. Creí que ese estúpido volvería a Namek una vez hubiese traído a Brocco y Pumpkin y robado esas vasijas –el máximo dirigente saiya se echó a reír. Jamás hubiese imaginado a Freezer caer como a un simple soldado. Y la verdad, le gustaba verle así de acabado-. No entiendo porque se quedó allí y mandó regresar a los soldados Cooler que le acompañaban. ¿Quién ha sido, Babidi? ¿Alguno de mis hombres que no pudieron controlarse al verle?
-No, mi señor. Un terrestre. Concretamente el medio saiya Gohan, mi señor.
-¿El mismo que tenemos preso en Vegeta? –preguntó confundido.
-No, creo que debe ser el otro ser que vino con su nieto en la máquina del tiempo.
-Así que tenemos un contratiempo en la Tierra, ¿no?
El rey Vegeta se levantó de su trono y comenzó a caminar por el improvisado salón que habían construido en la nave principal de Namek.
-Yo no diría tanto, señor –anunció Babidi-. Gohan murió al acabar con Freezer. Hemos perdido un hombre a cambió de aniquilar una posible rebelión.
-Así que Freezer consiguió arrancar un empate. Está bien, gastaré un poco de la energía de Namek en revivirle y ya está.
-No me ha entendido cuando le he dicho que está muerto, señor –declaró Babidi con miedo.
-¿A que te refieres, hechicero? –el rey comenzaba a estar muy intranquilo.
-Gohan consiguió acabar con Freezer. Del todo. Ya no puedo verle o sentirle.
Babidi, tras anunciar los hechos, comenzó a retroceder completamente atemorizado. La mueca de ira que mostraba el rostro del rey Vegeta era la misma cara del odio.
-¿¡Han matado a uno de mis guerreros fantasmas!?
Sin mediar más palabra, el rey se dirigió a toda prisa a la sala de dirección tecnológica de la nave. Y nada más entrar captó hacía sí todas las miradas de los saiyans de la División de Defensa que trabajan allí. Incluida la de la general Artíkone.
-¿Qué sucede, Majestad? –preguntó la líder de la división, intrigada por la actitud de su rey.
Pero el rey Vegeta no contestó. Caminó directo hacia el fondo de la sala ignorando a todo el que aparecía a su paso.
Allí, apiladas en una fuente de piedra circular, se encontraban todas las esferas que contenían el espíritu de sus guerreros fantasmas. Cuando el rey miró la de Freezer, vio que la esfera estaba agrietada y la luz que indicaba que el guerrero aún tenía vida había desaparecido.
Babidi entró entonces por la puerta siguiendo a su amo y Artíkone lo miró con desagrado.
-¿Han encontrado la forma de aniquilar a mis guerreros fantasmas? –preguntó el rey con temor.
-Eso parece, mi señor.
Artikone se quedó perpleja.
El rey se giró y miró a Babidi con furia, como si el pequeño brujo fuese el culpable de la caída de Freezer. Atemorizado de nuevo por la actitud de su amo, Babidi se arrodilló y trató de calmarle.
-Pero tienen que dar su vida para acabar con ellos, mi rey. Si no hacen explosionar toda su energía no serán capaces de acabar con ellos.
-Creí que podían recuperarse de cualquier daño. ¡De cualquiera!
-Lo sé, mi señor.
El alto dirigente cogió la esfera dañada de Freezer y la lanzó por la sala. Después gritó para desahogarse. Babidi, temiendo por su vida, se escondió detrás de algunas maquinas hasta que el rey Vegeta se tranquilizó.
-Creí que el ejercito de guerreros fantasmas que me ha dado la tecnología tsufur era invencible –masculló de nuevo el rey.
-Quizás es que aún no conocemos cómo utilizar adecuadamente esas esferas, mi señor –intervino Artikone. Y sus palabras lograron calmar a su rey-. La tecnología tsufur es muy avanzada y aún estamos lejos de comprender hasta dónde alcanzan sus creaciones. Puede que si investigamos más aún el poder de esas esferas logremos obtener mejores guerreros fantasmas.
El rey Vegeta sonrió y agarró a Artikone del hombro, orgulloso de quien tenía frente a él. –Tienes razón, mi general. Y no conozco a nadie mejor para esa tarea que mi División de Defensa.
Artikone le devolvió el gesto de confianza con una sonrisa.
-Necesito un verdadero control sobre lo que pueden hacer de verdad estas esferas y cual es su límite –continuó el rey-. No quiero más sorpresas. Desde ahora, Artíkone, te dejo al cargo de la investigación de las esferas de poder y de los guerreros fantasmas. Tienes carta blanca para hacer lo que consideres necesario. Confío en ti.
Ella hizo una reverencia para agradecérselo.
-Babidi...-le llamó el rey sin tan siquiera mirarlo-. Hasta que vuestra situación no se establezca permanentemente, quiero que dediques todo tu tiempo al experimento Z. Traeremos a ese tal Dr. Guero que habita en el infierno para que te ayude y ambos seréis los responsables.
-Excelente idea, mi señor.
-Entre vosotros dos, magia y ciencia, quiero que consigáis traerme al guerrero perfecto.
-Lo haremos, amo.
-Y hacedlo rápido y cueste lo que cueste, aunque tenga que destruir cien Nameks para ello.
-A sus órdenes.
Entonces, Zorn llegó buscando a su rey.
-Majestad, ¿esta bien? –preguntó al ver su estado.
-No te preocupes, Zorn –contestó el rey sin dar demasiada importancia-. ¿Qué ocurre?
-Tenemos buenas noticias, señor –continuó el guerrero saiya-. Excelentes, me atrevería a decir.
-¿Qué sucede? –el rey parecía intrigado.
-Los namekianos, temiendo que Kakarot haya sido incapaz de salvarles, han dado poder de nuevo a sus bolas de dragón. Planean reunirlas y pedir que su dios, ese estúpido Polunga, acabe con nosotros.
-Perfecto. Tal y cómo Slug había previsto –el rey parecía mucho mas aliviado y complacido-. Esos estúpidos namekianos arrancaron el poder de sus bolas de dragón como método de defensa al vernos llegar a su planeta. Sin embargo, para poder salvarse, se han visto obligados a dotar de nuevo de poder a las bolas mágicas. Y ese ha sido su peor error.
-Desde luego, majestad –Zorn sonreía diabólicamente-. No imaginaban que eso era exactamente lo que deseábamos. Pero gracias a Slug conocemos muy bien la manera de pensar de esta gente.
-Perfecto, Zorn. ¿Alguna otra buena noticia?
-Si, mi señor. En la Tierra, gracias a Cooler, hemos descubierto que Bardock no llegó a destruir a ninguno de los terrestres potencialmente peligrosos.
-¿¡Qué!? –el rey comenzaba a encolerizarse de nuevo-. ¿Eso es una buena noticia? La Tierra es el planeta más peligroso al que nos enfrentábamos. Teníamos que asegurarnos el tenerlo bajo control.
-Lo sé, majestad. Pero la buena noticia está en que hemos descubierto al traidor antes de que pudiese hacer daño a nuestro imperio. Los terrestres han sido apresados y llevados a la atalaya de su dios.
-¿Y Bardock?
-He mandado a algunos de los más fuertes guerreros que tenemos en el planeta a que se encarguen de él y de su equipo.
-Muy bien, Zorn –expresó el rey, muy complacido por la actitud de su general-. Espero la confirmación de la muerte de ese traidor en un día.
-La tendrá, majestad.
-Y ahora, dile al general Turles que venga a verme de inmediato. Quiero que él se encargue de conseguirme las bolas de dragón. Tengo ganas de ver lo bien que me sienta la inmortalidad.
El rey salió del laboratorio y Babidi y Zorn le siguieron. Segundos después, cuando estuvieron a solas de nuevo, Artikone miró a uno de los soldados de su división que había en aquella sala.
-Ledush, prepárate. Iniciaremos de inmediato los experimentos.
El chico que llevaba una capa cubriendo su cabeza y su rostro lleno de símbolos arcanos se acercó a ella. –Todo ha salido tal y como usted lo predijo, mi general.
-No era muy difícil adivinar que ese sapo metería la pata tarde o temprano –explicó-. La tecnología tsufur es complicada de dominar. La simple magia no sirve, como ya has podido comprobar por ti mismo.
El chico agachó su cabeza y la capucha le tapó su cara por completo. –Tiene razón, maestra. Ni con todos mis poderes místicos he logrado comprender la magia tsufur y librarme de mi maldición.
Artikone le levantó la barbilla y le sonrió con ternura. –Pero lograremos salvarte. Te lo prometo.
-¿Y si el rey nos descubre utilizando la energía de los esferas para fines personales?
-Aceptaré mi castigo –contestó poniendo rígido su rostro-. Ahora vámonos. Hay mucho que hacer.
Artikone salió junto con todos sus hombres. Justo cuando la puerta se cerró tras ellos, una débil luz comenzó a iluminar la oscura sala. En uno de los rincones, una esfera dañada volvía a emitir un pequeño resplandor. Freezer estaba vivo.
En la Tierra, Bardock descansaba en el interior de una de las naves saiyans que habían llegado al planeta. De repente, su localizador comenzó a funcionar y empezó a mostrar la señal de varias fuerzas luchando no muy lejos de allí. Al ponerse el aparato, Bardock comprobó que aquellas fuerzas eran las de su equipo.
Sin más dilación, el guerrero saiya salió de la nave y voló lo más rápido que pudo hacia el punto donde las energías estallaban. Aún cuando estaba a kilómetros de distancia, Bardock podía oír los gritos de varios Oozarus luchando entre sí. ¿Qué estaba pasando?
Cuando llegó al punto indicado por su localizador, un desierto lleno de rocas al sureste del continente, Bardock descubrió que todavía no estaba preparado para vivir aquello de nuevo. Iluminados solo por la luna llena, los cuerpos de sus cuatro amigos yacían inertes en mitad de aquel desierto.
Otra vez no, pensó el guerrero saiya al contemplar el dantesco espectáculo.
Paralizado por la rabia y la agonía, Bardock solo podía mirar impotente toda la muerte que había a su alrededor. Entonces, su localizador funcionó de nuevo. Había detectado una débil energía a su derecha. Cuando se giró pudo ver como el cuerpo de Seripa aún se movía.
-Bar..Bardock...
-¡Seripa! –Bardock se arrodilló a su lado-. No hables, por favor. Tranquila.
-Nos...Nos han descubier.. –pero la gravedad de sus heridas no dejaron continuar a la saiya.
-Tranquila, Seripa. Ya estoy aquí. Estás a salvo.
Otro movimiento llamó su atención al frente. Era Toteppo. ¡También estaba vivo!
-¡Toteppo! –Bardock se puso a su lado y le miró. Estaba muy mal herido.
-Capitán... –fue lo único que acertó a decir antes de desmayarse.
Bardock comprobó el estado de los otros dos. Pambukin y Toma también estaban vivos, pero sus constantes eran muy débiles. Si no entraban en una capsula de recuperación de inmediato, ellos... Bardock se negó a pensar eso.
En ese instante, varias risas comenzaron a escucharse entre las rocas del desierto partiendo completamente la quietud de la noche. Parecían venir de todos lados.
Bardock se levantó esperando encontrar al culpable de tal atrocidad. Y no tardó en encontrarles.
De pie, cada uno en un lugar estratégico, tres guerreros alfa saiyans con sus respectivas manadas le miraban desde lo alto de las rocas del desierto. A su lado pero en un segundo plano, Cooler y su sirviente Salza miraban la escena con salvaje deleite.
-Así que tus amiguitos siguen vivos, ¿verdad? –dijo con sarcasmo uno de los capitanes.
-Es una suerte que no hubieses venido con ellos a la llamada de auxilio que dimos hace unos minutos. De lo contrario, no hubiésemos podido ver tu cara al descubrir que casi los matábamos de nuevo, maldito traidor –ladró otro de ellos, uno casi desnudo que jugueteaba con una piedra.
-Vas a comprobar lo que les hacemos a los traidores, Bardock. Nadie jamás podrá desafiar a los saiyans. ¡Nadie!
Bardock miró al último de los que habían hablado. Le recordaba. Aquel era el estúpido que estaba agarrado a una mujer y se rió de él cuando le alertó a cerca de las intenciones de Freezer de destruir el planeta Vegeta. Maldito estúpido, dijo para sus adentros.
-No tienes escapatoria, Bardock –volvió a decir el primero de ellos mientras con un gesto echaba hacia atrás su larga melena.
-Cooler, tu ayuda ha sido imprescindible para pillar a este traidor. Pero tu maldito sirviente y tú debéis volver a Namek de inmediato. Ya no os necesitamos aquí –ordenó otro.
-Como deseen –aceptó Cooler con resignación y se marchó de allí.
-Y ahora chicos, divirtámonos con esta escoria –dijo el saiya medio desnudo justo antes de gritarle a la luna y convertirse él y los suyos en unos gigantescos Oozarus.
Y el combate dio comienzo.
El primer Oozaru se lanzó a por el y le dio un puñetazo. Bardock lo esquivó, se subió al brazo de aquella bestia y corrió hacia la cabeza mientras invocaba una bola de ki en su mano. Cuando hubo llegado cerca del hocico, lanzó su ataque de energía hacia el ojo del mono gigante dejándole tuerto. Mientras el Oozaru aullaba de dolor, Bardock se apoyó en su cabeza para saltar y abalanzarse hacia el saiya que desoyó su advertencia en el pasado.
Bardock golpeó su rostro y después lo lanzó lejos de una patada. Mientras lo hacía, advirtió que otro saiya se acercaba por su espalda. Giró sobre si mismo y justo cuando le iban a alcanzar, Bardock le dio un golpe y lo apartó de sí.
-No podréis contra mí –les advirtió a todos.
Las manadas que aún permanecían en hombres fueron contra él y Bardock peleó contra más de diez hombres. Pero ni aún así lograban derrotarle.
El capitán de la manada del Relámpago Azúl explosionó su ki y se quitó de encima a todos. Entonces, un enorme puño cayó del cielo y le hundió en la tierra. Pero para sorpresa del Oozaru, aquello no tumbó a Bardock.
El puño del gigantesco mono empezó a temblar y poco a poco algo lo iba separando del agujero que había formado en la tierra. Algo lo empujaba hacia fuera. La cara de Bardock emergió y todos los saiyans que miraban la escena quedaron perplejos. Un saiya en humano estaba ganando un pulso a un Oozaru.
En un descuido, Bardock agarró el dedo del Oozaru y voló hacia los cielos llevándose a la bestia consigo. Comenzó a girar y a girar y lanzó al gran mono hacia los soldados, quienes quedaron sepultados por la mole. Pero no quedó ahí. Enloquecido por la furia, Bardock creó una lluvia de rayos de energía que se precipitaron hacia ellos. Y tras una enorme explosión, al menos ocho saiyans quedaron fuera de combate. Solo le quedaba una manda y media.
La nube de polvo que levantó Bardock rodeó el lugar y los otros saiyans volaron para poder tener visibilidad. Bardock miró en derredor y percibió varias sombras cerca de él, buscándole. Pero mientras el no emitiese ninguna energía, sus localizadores jamás delatarían su posición. Y eso le daba cierta ventaja.
Una cabeza de Oozaru salió de entre la polvareda, rompiendo la nube mientras olisqueaba. No tardarían en encontrarle. Hiciese lo que hiciese debía darse prisa. No tenía mucho tiempo para acabar con todos aquellos imbéciles.
Bardock cerró los ojos, concentró toda energía y canalizó toda su ira en sus músculos. Era el momento de dar una paliza a todos aquellos que habían osado retarle.
Entonces, la nube de polvo que le protegía volvió a romperse por abajo. Desde el cielo Bardock pudo observar a toda su manada tirada en aquella tierra. Todos vencidos y a merced de aquellos asesinos. Si lograban vencerle a él también, ya no habría posibilidad de futuro para ninguno de ellos. Volverían a morir irremediablemente. Y nadie podría enfrentarse al Rey Vegeta.
Haciendo acopio de una fuerza de voluntad inimaginable, Bardock decidió posponer aquella batalla.
Con sigilo, descendió de los cielos y fue hacia su gente. Una vez los hubo alcanzado, su localizador volvió a emitir una señal. Había varias fuerzas que se acercaban hasta su posición. Sin duda eran el resto de saiyans que estaban en la Tierra. La retirada empezaba a verse como la única solución.
Bardock sabía que ni era tan fuerte como para hacer frente a tantos soldados de su especie ni estaba en las condiciones adecuadas para ello.
Sin perder un segundo, cogió a todos los miembros de su equipo, se los echó encima y se alejó de allí tan rápido como pudo sin utilizar energía para no delatar su posición. Mientras corría, Seripa recobró el conocimiento de nuevo y le alertó:
-Bardock...
-Seripa, estarás bien. Te lo prometo. Ahora descansa, te llevaré a un lugar seguro.
-Bardock, suéltame –el que hablaba ahora era Toma-. No podrás avanzar muy rápido si cargas con todos nosotros. Suéltame y salva al resto.
-Jamás volveré a dejaros. A ninguno de vosotros.
-Te descubrirán, amigo –le advirtió.
-Entonces moriremos todos juntos.
-Espera, Bardock... –dijo Seripa con dificultad-. Necesitas vivir. Necesitas avisarle –y Bardock quedó paralizado por aquellas palabras-. Ellos lo saben. Tienes que avisarle o le mataran...
Bardock agarró su localizador y envió un mensaje. Esperando que el envió no llegase demasiado tarde, el herido saiya reanudó su huída y se marcho del lugar cargando con todos sus compañeros.
No demasiado lejos de él, dos figuras observaban en silencio y con detenimiento los movimientos del saiya.
-Tenías razón, maestro. Ni una de esas mandas ha sido capaz de vencer a Bardock –dijo una voz.
-Por supuesto. Y ahora estarán más pendientes de su rebelión que de nosotros. Es el momento de actuar –habló una segunda persona con voz seria.
-¿Cree que tendremos éxito, maestro?
-Por supuesto. Ya engañamos a esos imbéciles una vez. Podemos volver a hacerlo.
Y solo la luna llena fue testigo mudo de que Cooler y Salza tenían sus propios planes.
Muy lejos de allí, en el planeta Vegeta, unos apresurados pasos recorrían los pasillos del palacio en mitad de la noche. Olvidando cualquier tipo de sigilo, la figura se movía con rapidez y seguridad por los intrincados caminos del lugar mientras el eco de sus pisadas eran obligado delator de sus movimientos. Después de interminables segundos, la figura se detuvo frente a una puerta de metal. Era obvio que no había llegado allí por casualidad. Tecleó unos dígitos en un pequeño panel y la puerta se abrió de golpe mostrando una oscura habitación. En su interior, un niño herido de aspecto inofensivo estaba encadenado como si de una bestia se tratase.
-Nos vamos, Goten –dijo la extraña figura.
El crío, cegado por la luz del pasillo, no pudo distinguir de quien se trataba, pero se agarró a él como si de su padre se tratase. Solo quería salir de allí y volver a casa.
La figura liberó al niño y salió de la celda a toda prisa. Deshizo todo el camino andado hasta allí y se dirigió hacia la otra ala del palacio. Y justo cuando cruzaba los jardines para llegar a ella, varios soldados cayeron a su alrededor.
-Señor Raditz, tenemos órdenes de llevarle inmediatamente a Namek –dijo uno de ellos.
-Apartaos de mi camino –contestó el saiya mientras sostenía a Goten entre sus brazos.
Pero los soldados le flanquearon el paso.
-Insistimos señor. Tenemos órdenes de llevarle de inmediato...aunque sea a la fuerza.
-Está bien.
Raditz accedió a regañadientes y en actitud sumisa se acercó a los soldados. O eso pensaron ellos. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, agarró la cabeza de uno de ellos y de un rápido y preciso movimiento rompió su cuello.
-No sabéis con quién os habéis metido.
Entonces, Raditz desapareció de la vista. Los soldados, asustados, comenzaron a mirar hacia todos lados, pero no consiguieron nada. Cuando uno de ellos decidió activar su localizador para poder percibirle fue demasiado tarde.
Raditz cayó sobre ellos y estrujó sus cabezas contra el cesped. Después, señaló a uno de ellos con su dedo índice y disparó un rayo de energía de él que atravesó el corazón del soldado. Un segundo después hizo lo mismo con el otro.
Cuando Raditz hubo terminado, recogió a Goten y reanudó su marcha. Pero no llegó muy lejos. La entrada al otro ala del palacio volvió a estar flanqueada. Esta vez, quién tenía delante hizo que a Raditz le cayese un sudor frío por la espalda.
-¡Nappa!
-¿Qué crees que estás haciendo, Raditz?
-Nada...Yo solo... –Raditz estaba nervioso, apenas podía hablar.
-Nos ha llegado un aviso de que Bardock, tu padre, nos ha traicionado en la Tierra. Y nuestro rey empezó a sospechar que en todo el tiempo que estos días habéis estado juntos, quizás, habéis hablado de algo más que de la familia.
Raditz tragó saliva.
-Babidi miró en la vasija del futuro y vio tu traición –continuó Nappa-. Que puedo decir, de tal palo tal astilla.
Entonces, Goten se abrazó con fuerza a Raditz y éste, completamente sorprendido, le devolvió el abrazo. No sabía que era aquello, esa extraña sensación que sentía al notar el cariño y la confianza de aquel niño, pero de una cosa estaba seguro Raditz, le gustaba.
-¿Por qué nos has traicionado, Raditz? ¿Acaso no te cuidé bien cuando se destruyó nuestro planeta? ¿No te acogimos Vegeta y yo te tratamos como a uno más?
-Me tratasteis como a un soldado de baja categoría. Nunca como a un igual.
-Es que no lo eras antes ni lo eres ahora, Raditz –le contestó Nappa con serenidad-. Eres un explorador de la clase más baja y te mereces una vida como tal. Pero no por ello debes ser un traidor.
-Hay otra clase de vida, Nappa. Mi padre me ha hablado de ella...
-¿¡Y tú le haces caso a tu padre!? –le interrumpió-. Vamos Raditz, ¿creéis de verdad que podréis tener una vida como la de Kakarot? Nadie querrá tener a su lado a unos asesinos.
-Pero quizás valga la pena intentarlo... –contestó Raditz con los ojos envueltos en lágrimas-.
-Entonces no me queda otra opción.
Napa y Raditz se enzarzaron en duro combate, Y pese a que Raditz era ahora muchísimo más fuerte que antes y su fuerza no era tan distante a la de su rival, su miedo y su nerviosismo le pasaron factura. Los golpes de Napa cada vez parecían más contundentes, más poderosos. Y aunque Raditz sabía que no podía perder aquel combate, lo hizo.
Nappa agarró el cuerpo de Raditz y se lo lanzó a los soldados que venían alertados por la batalla.
-Lleváoslos de aquí y encerradlos –les ordenó-. Dentro de únos días, cuando llegue la orden del rey, acabaremos con ellos. Ya estoy harto de hacer prisioneros.