La batalla da comienzo.
¡Goku y Piccolo se enfrentan a los saiyans!
Goku estaba sentado en el suelo con las piernas estiradas y la espalda arqueada hacia delante por el cansancio. A su espalda, Piccolo miraba furioso como Namek había sufrido de nuevo los estragos de una terrible batalla. Y el namekiano se preguntó por qué todos los males del universo siempre iban a parar a su planeta o a la Tierra. Pero la respuesta era bien clara: las bolas de dragón traían más problemas que beneficios. Y quizás era el momento de subsanar eso.
-No mires más, Piccolo. Los Metal Cooler no se regenerarán –le dijo Goku con voz exhausta.
-No miraba eso, Goku. Pero ya que lo dices –Piccolo se dió la vuelta y miró a su amigo-, ¿de verdad crees que aniquilando hasta la más mínima parte de los Metal Cooler no podrán reconstruirse?
-Si funcionó con Célula, ¿por qué no lo va a hacer con los Metal Cooler? –respondió divertido.
Goku se levantó, se sacudió su kimono y se apretó el cinturón. –Debemos continuar, la gente de Namek está sufriendo más a cada segundo que pasa –dijo el saiya criado en la Tierra.
-Separémonos –le propuso el namekiano-. Tú ve con Vegeta. Presiento que su carácter impulsivo puede que le haya metido en un lío. Yo, iré a todos los poblados de Namek y comprobaré cómo está mi gente. No pienso dejar que les maltraten por más tiempo.
-Me parece bien –aceptó Goku.
Los dos héroes se miraron en completo silencio y salieron volando hacia puntos diferentes. Y aunque sabían que aquella podría ser la última vez que se viesen con vida, los dos guerreros no necesitaban de palabra alguna para sentir el mutuo aprecio que se profesaban.
Y con ese sentimiento de pura amistad ardiendo en su interior, cada uno se enfrentó a su destino.
-Turles, manda a las nuevas creaciones a por el namekiano –ordenó el rey Vegeta-. Zorn, tú trae ese miserable guerrero fantasma.
Los dos generales obedecieron de inmediato y se fueron al interior de la nave.
-Ahora te deleitarás más aún con la grandeza de nuestro ejercito, hijo mío –continuó-. Jamás volveremos a ser pisoteados por otro enemigo. Jamás nos volverán a derrotar. ¡Los saiyans dominaran todo el universo!
Vegeta estaba pálido. ¿Cómo harían frente a ese enemigo? Y lo que era aún más importante: ¿de verdad quería combatir contra ellos?
Un solo minuto después, Zorn vino del interior de la nave. Tras él, salió Slug, el hechicero de Namek, en actitud dócil y sumisa.
Vegeta le miró impresionado, y su padre, al ver su reacción, sonrió aún más.
-Gracias a la información recogida por nuestra División de Defensa y con la inestimable ayuda de mis nuevos consejeros Brocco y Pumpkin, nos hemos dado una vuelta por vuestro infierno y hemos sacado a los guerreros fantasmas que han accedido a obedecer nuestros deseos y que, lógicamente, por nuestra energía podíamos invocar. Y Slug ha sido uno de ellos.
Vegeta no podía articular palabra.
-El infierno de la galaxia del norte parece ser el más poderoso –continuó el rey-. Por ahora solo hemos puesto la vista en él para sacar a los guerreros fantasmas. Pero pronto mandaremos un destacamento de exploradores a investigar los diferentes infiernos.
-¿Podéis viajar al Otro Mundo? –dijo Vegeta, perplejo ante la noticia.
-Podemos llegar hasta el fin del universo –respondió el rey con soberbia.
Zorn hizo que Slug se arrodillase frente al rey Vegeta y se puso tras él.
-¡Slug! –exclamó el rey-. Has jurado obedecerme durante toda la eternidad y es momento de que muestres tu lealtad.
-Soy todo suyo, Majestad –respondió sin tan siquiera levantar la mirada.
-Quiero que vayas al encuentro de Piccolo y te asegures de su derrota.
-¡¿Piccolo?! ¡¿Ese namekiano está aquí?! –Slug miró al rey Vegeta con los ojos a punto de salirse de sus cuencas-. Será un placer hacerme cargo de él, Majestad.
El rey Vegeta se echó la mano a su espalda y sacó una esfera de cristal. La alzó hacia el namekiano y, tras solo unos segundos, la bola comenzó a brillar.
Entonces, una extraña aura azulada envolvió a Slug en respuesta. Y ambos fulgores fueron creciendo a medida que el tiempo pasaba.
De repente, la luz desapareció de ambos y la esfera se agrietó formando una telaraña en su superficie.
-¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ha roto esa esfera? –preguntó Vegeta.
-Le he aumentado su fuerza a Slug –dijo el rey-. Y una vez utilizada una esfera, ésta se rompe para no poder ser utilizada jamás. Pero no te preocupes, tengo miles de bolas como esta para utilizar.
-¿Por qué lo haces? ¿No temes que pueda usar esa nueva fuerza en tu contra? –demandó saber el príncipe saiya.
-Ya te lo expliqué, hijo mío. Slug necesita de más fuerza para enfrentarse a ese Piccolo y yo se la he dado gracias a estas esferas tsufur. Si intentase algo en contra de mis intereses, no llegaría ni dar un solo paso, pues solo basta con un pensamiento mío para devolverle al infierno.
Slug se levantó y miró su cuerpo y sus manos como si fuesen nuevas.
-Soy mucho más poderoso... –murmuró mientras una risa sádica se iluminaba en su rostro.
-Ahora, lárgate –le ordenó el rey-. Y no te atrevas a regresar sin el cuerpo de ese namekiano.
Slug le hizo una reverencia y, después, buscó la energía de su enemigo y salió en su busca.
Y Vegeta miraba paralizado como todo lo que conocía se iba desmoronando a cada segundo.
Goku se paró en mitad del verde cielo de Namek. Sentía muchísimas energías repartidas por el planeta y le costaba distinguir a Vegeta entre ellas. Y ya no podía perder más tiempo.
Puso los dedos en su frente y cerró los ojos para concentrarse en percibir con más detalle las energías espirituales. En cuanto sintiese a Vegeta, se teletransportaría allí y descubriría realmente lo que tramaban los saiyans.
Sin embargo, una voz a su espalda le interrumpió.
-Kakarot.
Goku se giró y vio a una mujer morena frente a él. Su vestido era blanco, casi como una túnica, y debajo llevaba una armadura de combate parecida a las que Bulma fabricó. Sus botas y guantes eran puramente saiyans, no había duda. Raditz y Nappa habían llevado unos similares. Y en su frente lucía una diadema plateada.
-¿Quién eres? –dijo el héroe Z con rostro serio.
-Soy Artíkone, general de la División de Defensa del ejército saiya –contestó ella.
-Pues debes ser realmente poderosa para haberte acercado a mí sin que detectase tu energía –reflexionó Goku.
Pero ella no contestó. Se limitó a sonreír.
-¿Qué quieres de mí? ¿Dónde está Vegeta y los niños que os llevasteis de la Tierra?
-El príncipe está a salvo, tranquilo –le respondió-. Tu hijo y el del príncipe están en nuestro planeta natal como medida de seguridad. Y en cuanto a ti, solo deseaba verte con mis propios ojos y poder sentirte.
-¿Si? Y dime, ¿qué te parezco? ¿Qué sientes?
-Siento que voy a ganar este combate –dijo con rotundidad.
Goku esbozó una media sonrisa. Le gustaba esa osadía en un enemigo. Sin embargo, luego también debía demostrarla en una pelea. Si no todo quedaría en mera palabrería y eso sería todo un chasco.
-¿Vienes a detenerme? –preguntó Goku mientras reía.
-Tengo que hacerlo, Kakarot. Eres una seria amenaza contra los deseos de nuestro imperio.
-No me llames Kakarot. Mi nombre es Goku. Puedo tener vuestra misma sangre, pero no soy uno de vosotros.
-Perdóname, entonces. No volveré a hacerlo –se excusó-. Pero te llames de una manera u otra, tu destino es el mismo.
-Eso tendrás que demostrarlo con algo más que palabras.
Goku se puso bien sus muñequeras, se apretó más aún su cinturón y se puso en guardia. Estaba realmente contento de poder disfrutar de una pelea en serio después de tanto tiempo. Y, además, no era contra alguien común. ¡Eran los saiyans! ¡Los guerreros más fuertes del universo! Y le encantaba la idea de encontrar un rival que le diese tanta guerra como se la dio Boo o el mismo Vegeta.
Artikone cerró los ojos, respiró profundamente, y con mucha calma se puso en posición de ataque.
Y el duelo dio comienzo.
Artíkone se abalanzó hacia él y Goku fue a su encuentro. Y ya en la primera embestida, los dos notaron que eran rivales de un nivel muy parecido.
Los golpes se iban sucediendo a una velocidad endiablada. Artíkone trataba de alcanzar a su enemigo dando golpes precisos y claves, pero la velocidad de Goku era mucho mayor de la que ella había podido prever.
En un descuido, en una de las ocasiones que pisaron tierra, Goku le hizo un barrido y, tras dar una vuelta sobre sí mismo, le dio una patada y la mandó hacia el cielo. La general se rehízo casi al instante del impacto, pero ni siquiera así pudo impedir que Goku apareciese tras ella y le diese un nuevo golpe que la envió lejos de allí. Y entonces, Goku, a través de distintas patadas y puñetazos, fue enviando a Artíkone de un lado a otro, hasta que finalmente la estrelló contra una montaña, dejándola clavada en ella.
Goku se acercó lentamente hacia a ella y sonrió.
-Sé que este no es todo tu poder –le espetó-. He notado como no utilizabas toda tu fuerza mientras tratabas de esquivarme. Y te diré algo, si verdaderamente quieres vencerme, no guardes ni un ápice de tu verdadero potencial. Vas a necesitarlo todo.
Artíkone tensó sus músculos e hizo estallar la piedra que le aprisionaba.
-Está bien, Goku. Lucharé al máximo de ahora en adelante.
La guerrera se lanzó a por él y, justo antes de alcanzarle, desapareció delante suya. Con dificultad, Goku percibió in extremis como la general reaparecía a su espalda y trataba de darle una patada. El héroe blocó el golpe y miró divertido los intentos de aquella mujer. Y entonces, ocurrió la sorpresa.
Goku sintió otra fuerza aparecer de repente encima de él. Y cuando miró, quedó perplejo. ¡Había otra Artíkone!
Intentó esquivar la acometida, pero algo se lo impedía. La Artíkone a la que había parado la patada le estaba haciendo una presa en esos instantes. Y nada pudo hacer para detener el tremendo golpe que la segunda general le propinó en la cabeza.
Goku salió despedido por los aires formando un surco de destrucción a su paso hasta que finalmente su cuerpo se detuvo al chocar contra una formación rocosa. Con dificultad, se levantó entre los escombros y miró a sus enemigas. ¡¿Cómo y cuando había realizado aquella técnica de desdoble?!
-Estoy sorprendido. Has logrado engañarme –Goku frotó su puño contra su dolorida barbilla.
-Estaba segura de que caerías en esa trampa –dijeron dos voces de Artíkone al unísono.
-Eres rápida ejecutando tus técnicas. ¡Esto se pone muy divertido! –dijo ilusionado-. Tengo ganas de ver cuantos ases guardas aparte de ese.
Las dos guerreras se volvieron a fusionar en una. –Entonces, no perdamos tiempo.
-A ver como sales de esta –le retó Goku.
Y el héroe de la Tierra se concentró y puso sus manos, muñeca contra muñeca, señalándola. Entonces, invocó un poder muy conocido para él.
-¡Kame...!
Y una bola de pura energía nació entre las palmas de sus manos.
Artíkone le miró intrigada. Torció su cuello ante la confusión y, después, sonrió. La general de la División de Defensa puso sus manos exactamente igual que su enemigo y emuló todos sus movimientos y palabras. Y, al instante, otra esfera de energía celeste brotó entre las manos de la guerrera.
-¡Kame...! –exclamó Artíkone.
-¡...hame...!
-¡...hame...!
-¡...ha!
-¡...ha!
Y dos ondas de energías completamente idénticas chocaron creando un tremendo temblor.
Los dos kamehameha pugnaron por ver quién tenía más fuerza, ganándole terreno el uno al otro alternativamente. Hasta que finalmente, toda la energía de ambos combatiente fue liberada y estalló en una luz cegadora que barrió todos los alrededores.
Pero nada había cambiado. Goku y Artíkone aún permanecían en el mismo lugar de antes, sonriéndose y examinándose. Los dos felices y orgullosos del combate que estaban librando.
-¿Cómo has conseguido copiar mi técnica viéndola tan solo una vez? –le preguntó. Pero, pese a la sorpresa de ver de lo que era capaz, había algo dentro de Goku que sabía que esa mujer era capaz de hacer esa hazaña y otras mucho más grandes.
-Es sencillo. Solo sentí como utilizabas tu energía espiritual. Examiné hacia donde dirigías tu ki, como lo invertías en la invocación y como entrabas en comunión con tu esencia interior para lanzarlo fuera, y repetí el proceso.
-¿Así que eres capaz de copiar cualquier técnica?
-No, no todas. Pero si alguna usa un derroche de energía tan evidente como la tuya, es un juego de niños poder imitarla.
-Entonces, deberé tener cuidado con lo que utilizo –concluyó Goku, quién parecía más feliz que preocupado.
Artíkone le sonrió sin maldad ni acritud alguna y se puso en guardia.
-Prepárate porque voy a esforzarme al máximo –le avisó el héroe.
-Cuando quieras.
Y tras escucharla, como si de un pistoletazo de salida se tratase, Goku saltó hacia su rival a una velocidad cegadora.
Artíkone alzó su dedo índice y comenzó a lanzarle diminutos pero veloces rayos de energía. Goku, al verlos ir hacia él, frenó su embestida y trató de esquivarlos todos. Aquel ataque también era muy conocido por él y sabía que si uno solo de esos rayos de pura energía caótica lograba impactarle, no solo traspasaría su cuerpo y le haría una herida dolorosa y difícil de sanar, también le mermaría su esencia espiritual.
Pero, pese a que Goku ya tomaba el poder de Artíkone como un hecho, había algo que le turbaba: ¿cómo y cuando había aprendido Artíkone esa técnica de Freezer?
Cuando Goku hubo esquivado casi todos los rayos, utilizó su transmisión instantánea y se puso atrás de su enemiga. Tras dejar que se girase para hacerle frente, Goku le propinó un fuerte rodillazo y siguió con una lluvia de golpes tan veloces que Artíkone ni siquiera podía distinguir como y cuando lograba darle.
Y el combate continuó por el mismo rumbo.
Artíkone apenas podía defenderse. Los golpes certeros de Goku eran imposibles de esquivar para ella. Obviamente, aquel saiya era la prueba viviente de lo que su especie podría llegar a ser con el tiempo y la actitud necesaria. Y aunque le dolía admitirlo, en ese justo momento, Goku era tremendamente superior a ella.
Y eso solo le dejaba una opción.
Artíkone detuvo el codazo de Goku y ambos quedaron completamente pegados el uno al otro. Hombro con hombro. Rostro junto a rostro.
-Eres muy fuerte, Goku –confesó la dolorida general.
-Te avisé de que te sería difícil derrotarme.
-¿Sabes? Realmente no eres un guerrero de mucho potencial –le explicó-. Pero eres muy inteligente en el uso que le das a tus fuerzas. Y eso, junto a tu increíble inteligencia táctica y tu tremenda capacidad de aprendizaje hace que siempre estés un escalón por encima de otros guerreros que te superan en nivel, como por ejemplo nuestro príncipe. Hubieses sido un soldado muy apto para cualquiera de las tres Divisiones. Sin embargo, por tus cualidades mentales, por tu comunión con tu esencia y por cómo canalizas tu fuerza espiritual, hubieses sido perfecto para la División de Defensa. Incluso podrías haber llegado a ser uno de mis comandantes.
-Tomaré eso como un cumplido –respondió sonriente.
-Lo es, Goku. Ambos hubiésemos aprendido mucho el uno del otro. Si solo en este combate los dos hemos salido mucho más reforzados, imagínate que podríamos haber conseguido con años de entrenamiento e investigación.
Y a Goku, pese a que le había encantado encontrar a un rival tan digno, el mero hecho de verse asociado a su especie le daba escalofríos.
-Te lo preguntaré antes de seguir combatiendo: ¿quieres unirte a la División de Defensa? Si lo haces, te prometo que ningún habitante de la Tierra sufrirá daño alguno. Dejaremos a tu planeta y a Namek en paz y buscaremos otros objetivos.
-Yo no lucho solo por la Tierra o Namek, lo hago por todo aquel ser del universo que vive oprimido y no puede valerse por sí mismo –contestó indignado-. Nunca me uniré a los saiyans.
Decepcionada por la respuesta pero orgullosa de la moral de su enemigo, Artíkone le miró fijamente y asintió con la cabeza. –Así sea, Goku. Entonces, terminemos este combate.
Artíkone mantuvo la mirada fija en los ojos de su enemigo y Goku sintió como si aquella mujer estuviese entrando en su interior.
En ese instante, una fuerza tremenda emanó de la general en forma de aura dorada. El suelo tembló. El cielo se abrió. Y una tremenda descarga de energía empezó a cubrir a la soldado saiya.
Y Goku observó fascinado como el largo y oscuro cabello de aquella mujer se volvía aún más extenso y completamente rubio. Y las cejas de Artíkone desaparecieron y sus ojos se volvieron como la esmeralda.
Y ante la fatalidad de su inminente destino, Goku solo pudo pensar dos cosas: ¿cómo habría llegado a ese estado sin pasar previamente por los otros dos? Y, sobre todo, que quizás su hijo tuviese razón y debería haber entrenado un poco más.
Y de un solo golpe que Goku ni tan siquiera vio, Artíkone le dejó completamente inconsciente.
La general volvió rápidamente a su estado normal y se maldijo por haber tenido que llegar a ese nivel. No quería mostrar esa fuerza. No delante del rey y de otros que pudiesen notarla. Pero, por desgracia, ya era tarde para preocuparse de eso.
Sin más dilación, cogió el cuerpo de Goku y se le llevó hacia la nave principal. Era el momento de demostrar a los demás generales y al mismo rey la valía de la División de Defensa.
Piccolo se dirigía casi a ciegas en busca de sus hermanos. Había tantas y tan dispersas energías que elegir un punto en concreto parecía sacrificar a todos los demás. Y no podía, ni quería, dejara a un lado ni a un solo miembro de su especie.
-Los saiyans lo pagarán muy caro –dijo entre dientes.
Entonces, divisó a lo lejos como dos puntos se acercaban lentamente hacia él. Y cuando estuvieron lo suficientemente cerca, el namekiano abrió los ojos por la sorpresa.
-¿Goku? ¿Vegeta? ¿Qué hacéis aquí?
Goku y Vegeta se pararon frente a él y le miraron con rostro frío.
-Los saiyans tienen a todo tu planeta, Piccolo, y no podemos hacer nada –dijo Goku-. Hemos visto su fuerza y son tremendamente superiores. Solo queda una opción viable para salvarles a todos.
-¿Cuál? –preguntó confuso.
-Rendirnos y aceptar su mandato –respondió Vegeta con el mismo tono asentimental.
-¿Rendirnos? –y Piccolo sintió como un escalofrío recorrió su espalda-. ¿Estáis locos? ¡Jamás me rendiré ante ellos!
-Es la única opción para salvarles a todos –repitió Goku poniendo su mano en el hombro de su amigo.
Pero entonces, Piccolo notó algo. Retrocedió unos metros en el aire y, privándoles de la sombra que su gigantesco cuerpo producía, hizo que la luz de uno de los soles de Namek incidiera directamente sobre ellos. Y entonces lo vio claramente.
Era un efecto extraño, casi imperceptible. Pero cuando la luz les tocaba, su piel producía un destello imposible, casi reflectante. Casi metálico.
Piccolo les volvió a mirar y comprobó que sus rostros estaban desprovistos de sentimiento alguno. Y lo comprendió todo.
-Vosotros no sois Goku y Vegeta –sentenció.
Los dos saiyans se miraron y se echaron a reír.
-¿Cómo te has dado cuenta tan pronto? –dijo Goku, con la mirada completamente desquiciada.
-Qué lástima. Planeábamos divertirnos un rato contigo –añadió Vegeta, quién no podía para de sonreír como una hiena.
-No sé que está pasando aquí. Pero me estoy cansando de tantos juegos –advirtió Piccolo.
-Lo único que pasa es que vas a morder el polvo –dijo una voz a su espalda.
Y cuando Piccolo se volvió, miró como Slug le observaba con furia.
-¡¿Tú?! –exclamó el namekiano-. ¿Te han traído a ti también?
-Los saiyans me han dado la oportunidad de volver a la vida a cambio de mi lealtad. Y no pienso desaprovecharla. El infierno es un lugar frío, inhóspito y lleno de sufrimiento. Jamás volveré a él.
-Entonces, apártate de mi camino o volveré a acabar contigo –le amenazó.
-Inténtalo si te atreves. No soy el mismo contra el que luchaste, Piccolo. Ahora soy mucho más poderoso. Si una vez dejé de ser más fuerte que tú, ahora he vuelto a recuperar mi lugar. Si antes era peligroso, imagínate que podría hacer ahora con mis fuerzas totalmente reforzadas.
Piccolo le miró fijamente y sintió que hablaba en serio. Slug había aumentado enormemente su fuerza y no necesitaba una lucha con él para comprobarlo. Pero no era él quién le preocupaba.
-Y ellos –dijo señalando a Goku y Vegeta-. ¿Quiénes o qué son?
-Son los bio-droides de nueva generación creados por el Big Gete Star –reveló el hechicero-. Al contrario que los Metal Cooler, estos robots mantienen la apariencia humana de sus homólogos sin ningún rastro de tecnología en ellos. Pero no es ese su máximo logro. Estos nuevos androides también tienen energía espiritual, pero no aquella que producen los seres vivos, la suya es más fría y artificial. Los bio-droides están conectados con la fuente de energía del Big Gete Star y son capaces de utilizar la energía que hay en el núcleo de éste hasta un límite fijado por el ADN a partir del que fueron creados.
Piccolo los miró de reojo y notó como su cuerpo empezaba a sudar a causa del miedo. ¿Podrían llegar estos androides al nivel de Goku y Vegeta?
-Prepárate Piccolo porque voy a disfrutar aplastándote –le avisó Slug antes de echarse a reír.
Piccolo se separó de sus enemigos y los miró con preocupación y, aunque intentaba ocultárselo a sí mismo, también con miedo.
Pocos segundos después, Slug y los dos bio-droides se lanzaron contra él. Y a los pocos compases de combate, el ex Dios de la Tierra ya se dio cuenta de que no tenía nada que hacer.
Goku, Vegeta y Slug se hicieron con el control del combate en muy poco tiempo y Piccolo no tardó en caer en sus descoordinados golpes.
Slug forzó una presa mientras los bio-droides se alejaban e invocaban una fuerza lejana. Entonces, sus cuerpos vibraron y el metal molió gracias a una tremenda energía eléctrica que les envolvió. Y Piccolo asistió boquiabierto a la primera transformación artificial a super saiya.
Y con una desmedida fuerza ganada gracias al núcleo del Big Gete Star, los dos androides golpearon despiadadamente al héroe de Namek hasta hacerle quedar inconsciente.
Y después, en macabro silencio, los tres guerreros recogieron el inmóvil cuerpo y se lo llevaron de allí.
Y la resistencia de Namek murió con ellos.