sábado, 6 de junio de 2009

Capítulo 1


Un nuevo enemigo.¿Quiénes son esos dos extraños guerreros?


Hacía calor. Mucho calor. El sol estaba en todo su cenit y alumbraba con toda su fuerza a la pequeña isla de Kame House como si esta fuera la única parte del planeta donde tuviese que concentrarse.
Mutenroshi agitó el vaso y escuchó el tintinear de los cubitos de hielo entre sí. Le encantaba ese peculiar sonido. Le relajaba sobremanera.
Dio un sorbo al whisky y pensó en aquel clima. ¿Había visto alguna vez llover sobre su casa? El maestro tortuga no lo recordaba de ser así. Que él supiera, todos los días de su vida había disfrutado, afortunadamente, de un tiempo soleado y una brisa refrescante. De hecho, concluyó en ese instante, había sido un hombre muy afortunado.
Pero ahora su vida estaba algo vacía. El tiempo de los retos y las aventuras había quedado ya muy atrás y ahora debía conformarse con ver los toros desde la barrera. Y eso, de alguna extraña manera, le estaba matando más que su machacada y dolorida salud.
Había pensado en volver a entrenar. Eso le reportaría todas esas emociones que echaba tanto de menos y, además, así se aseguraría que siempre habría guerreros que utilizarían las artes marciales para hacer el bien. Obviamente, ninguno de ellos sería jamás como Goku. Él había sido con diferencia el mejor alumno que había tenido, incluso mejor que Zaras, y su nivel y sus logros siempre estarían muy por encima de cualquier futuro héroe. Pero, sin duda alguna, un nuevo alumno era el mejor remedio para llenar el vacío que sentía en ese justo instante. Y no veía el momento de volver a embarcarse en esa aventura. Desenterrar sus viejos caparazones de entrenamiento, viajar a lugares perdidos para practicar técnicas, la vuelta al Gran Torneo de las Artes Marciales,...Cuanto añoraba todo aquello.
Mutenroshi cogió su copa y dio otro trago. Entonces fue cuando lo vio.
Frente al sol había una misteriosa mancha negra que momentos antes no estaba allí. Y cuanto más tiempo pasaba, aquel oscuro punto se iba haciendo más y más grande.
El maestro se levantó de su tumbona y se quedó de pie, clavado en mitad de su isla, observando atónito como aquel misterioso borrón aumentaba su tamaño. Y, antes de que pudiese reaccionar, aquella mancha se había convertido en dos extrañas figuras que habían descendido hasta su isla.
Mutenroshi dio unos pasos atrás y los observó detenidamente. Uno era alto, de pelo largo y enmarañado. El otro, bajito y calvo. Ambos vestían con armaduras de combate como las que vistió Raditz. No sabía quiénes eran o que buscaban allí, pero una cosa estaba muy clara: eran guerreros saiyans.


Mutenroshi no dio crédito a lo que veía. Los dos extraños tenían colas atadas en su cintura. Exactamente igual que Vegeta, Napa y el hermano de Goku. ¿De dónde demonios habían salido estos? ¿Y qué buscaban en su isla?
La tortuga Umigame salió de la casa y dio un respingo al ver a aquellos hombres. -¿Quiénes son, Mutenroshi? Parecen...- y la vieja tortuga palideció-. ¡Parecen guerreros del espacio!
Y los dos extraños rieron como hienas.
-Vuelve dentro, Umigame –ordenó Mutenroshi, sabedor del peligro que encerraban esos hombres. Pero la tortuga, petrificada por el miedo, no obedeció.
-Si cooperan no les pasará nada, maestro –dijo el más alto de los dos saiyas.
-¿Qué diablos queréis? –preguntó Mutenroshi con gesto serio.
-Solo venimos a por la bola de dragón de tres estrellas que tiene usted en su poder –contestó el otro guerrero.
Mutenroshi retrocedió de nuevo. ¿Cómo diablos sabían esos dos que él tenía en su poder esa bola? Era imposible. Hacía casi un año que la encontró cerca de la costa de isla Papaya y decidió guardarla en un lugar seguro e indetectable para que nadie usara su poder con perversos fines. Y estaba convencido que esos saiyas, por buenos radares que tuvieran, jamás podrían haber averiguado donde estaba.
-¿Cómo habéis sabido que yo tengo la bola mágica? –dijo Mutenroshi, perplejo ante todo lo que estaba ocurriendo.
-No esta en posición de hacer preguntas, maestro. Denos esa bola mágica y se ahorrará muchos problemas –volvió a hablar el saiya bajo y calvo.
-¡Jamás! –exclamó con valentía mientras daba unos pasos hacia delante para encararse con aquellos visitantes.
-No le creía tan temerario, maestro –confesó el saiya alto, arqueando sus cejas por la sorpresa y con una media sonrisa de suficiencia brillando en su rostro.
-Siempre lucharé por lo que crea correcto –contestó-. Además, los que habéis actuado de una manera imprudente e irreflexiva sois vosotros –y los dos saiyas quedaron extrañados ante tal declaración-. Si alguno de nosotros tres hace estallar mínimamente su ki, Goku lo sabrá de inmediato. Y antes de que queráis daros cuenta, ya estará aquí para enfrentarse a vosotros. Y por vuestra cara, deduzco que esa idea no os gusta en absoluto.
Los saiyas se miraron asustados y, después, se echaron a reír sin consideración alguna.
-Gracias por su preocupación, maestro –le agradeció falsamente el de pelo largo-. Pero creo que tenemos todo bajo control.
Entonces, el saiya calvo desapareció de la vista del maestro. Éste, aguzó sus sentidos para encontrarle, pero fue inútil. El maestro Mutenroshi se percató demasiado tarde de como la tierra a su espalda estallaba y de ella salía el viejo saiya. Y el guerrero venido del espacio no tuvo piedad. Atacó a Mutenroshi y, mientras le hacía una fuerte presa sobre su cuello con un brazo, puso su mano derecha sobre el cráneo de su oponente, descargando una terrible energía de calor sobre él que le estaba haciendo arder toda la cabeza.
Los gritos de dolor de Mutenroshi llenaron el silencioso ambiente que reinaba en aquel paraje.
-Podemos hacerte todo el daño que queramos –dijo el guerrero más viejo-. No emitimos ninguna clase de energía. Nunca nos detectaran.
Umigame bajó los peldaños de la casa y se puso frente a aquellos hombres. -¡Parad! ¡Dejad de hacerle daño, por favor!
Y el saiya más alto hizo que su compañero parase tan solo levantando un dedo.
-Os daré lo que buscáis. Pero después nos dejareis en paz –dijo la tortuga.
-Eso era lo que realmente queríamos desde un principio –contestó-. Ha sido la terquedad del maestro la que nos ha llevado a esta situación.
-Entonces, ¿prometéis que os iréis? ¿Me prometéis que no nos haréis daño? –volvió a preguntar Umigame para asegurarse.
-Por supuesto.
La tortuga abrió su boca y, con un extraño movimiento en su garganta, sacó la bola mágica del interior de su cuerpo.
-La tenías tú –dijo el saiya, bastante impresionado por lo que había visto.
Umigame se acercó a él y el saiya cogió la bola de su boca.
-¡Por fin la tenemos! ¡La última bola de dragón ya está en nuestro poder! –gritó el saiya alto mientras miraba con ojos desorbitados a su compañero.
El siaya calvo soltó al maestro y lo tiró al lado de la tortuga. –Vámonos de aquí, Brocco. Debemos convocar al dragón sagrado lo antes posible.
-Tienes razón, Pumpkin –contestó el saiya alto y de larga melena-. No tenemos tiempo que perder.
Los saiyas levitaron y se quedaron desde las alturas divisando la Kame House. Tras cruzar sus miradas y sonreír diabólicamente, los dos guerreros invocaron sendas bolas de energía sobre las palmas de sus manos.
Umigame miró al cielo y contempló horrorizada a los dos guerreros. -¡Dijiste que nos dejaríais en paz! ¡Lo prometiste!
Brocco se encogió de hombros y esbozó una sonrisa aún más malévola. –Mentí –dijo con macabra tranquilidad.
Y los dos saiyas lanzaron sus esferas de energía sobre la casa. Y la pequeña isla estalló en una terrible explosión. Y sobre aquel gigantesco océano, Brocco y Pumpkin rieron porque sabían que el fin de todo lo conocido estaba cada vez más cerca.