Nuevos héroes.
El Universo no está solo.
El Universo no está solo.
Lejos de allí, la manada del Relámpago Azul se recuperaba de sus heridas en el fondo de una cueva. Llevaban horas allí metidos, descansando, calentándose la cabeza tratando de encontrar una solución para aquel problema imposible. No podían salvar la Tierra. No contra su propia especie. El único intento que habían producido les había dejado muy tocados a todos. Especialmente a Bardock. Era cierto, el líder de la manada era el que menos heridas físicas había sufrido, pero su daño iba por dentro. Otra vez, por despiste o por mero azar del destino, había estado a punto de perder a su grupo; a su familia. Había conseguido sacarles de aquel infierno, pero si no lograba encontrar ayuda rápidamente… No quería ni pensarlo.
Entonces, ocurrió el milagro.
Su localizador se disparó por si solo al detectar varias fuerzas luchando. Bardock se abalanzó hacia él y se lo colocó en la oreja, pendiente de qué mostraba. Toda su manada, desde sus posiciones donde descansaban recostados, volvió sus intrigadas miradas hacia él.
-¿Quién está luchando contra los saiyans? –preguntó Toma, perplejo.
Ninguno esperaba que después de haber sido descubiertos hubiese alguna otra fuerza en la Tierra que se opusiera al ejercito del Rey Vegeta.
-¿Quiénes son, Bardock? –preguntó la malherida soldado-. Creí que vencimos a los más poderosos de este planeta para salvarlos. Estos no son ninguno de ellos.
-No –contestó él, pensativo.
-Son muy fuertes pero no lograrán salvar este planeta –razonó Pambukin-. Aunque destruyan las torres, los soldados del escuadrón de Kabish acabarán con ellos.
-Tenemos que actuar –dijo Toteppo, convencido.
-¿Qué? ¿Estás loco? Aún estamos heridos –protestó Seripa.
-Pero es la única oportunidad que tienen –abogó Toma-. Necesitaríamos al menos cinco días más para estar al máximo, y eso es demasiado tiempo. Tenemos que aprovechar la distracción que han creado para salvar al resto de guerreros de este planeta.
-¿Crees que podremos? –preguntó Pambukin.
-Tenemos que hacerlo. Tanto sus vidas como las nuestras dependen de ello –declaró Bardock.
-Está bien, como queráis –dijo Seripa sin demasiada decisión.
Renqueantes y malheridos, la manada del Relámpago Azul se preparó y partió de inmediato al rescate de aquellos a los que antes habían vencido. No tenían demasiado tiempo y tampoco contaban con más oportunidades. Sólo les quedaba vencer o morir.
Cuando llegaron a la atalaya de los cielos, a ninguno les pareció extraño ver como aquel lugar de paz estaba ahora sitiado por soldados y convertido en una base militar. Sin embargo, pese a todas sus defensas, pese a toda la vigilancia, nadie se percató de sus presencias. Todos sin excepción parecían estar absortos en algo mucho más importante.
-¡Voy por él! –dijo fura de sí una saiya de cuerpo escultural vestida con pieles. Bardock la reconoció al instante. Era Kaiware, la segunda al mando de la manada de los Kai Huru.
-Espera –le dijo un saiya alto y con perilla-. No es sensato ir ahora. Si Kabish ha caído, lo que sea que le haya vencido, seguirá allí. Y de seguro te hará caer a ti también.
-¡Todo esto es culpa tuya y de tu estúpido plan! –le reprocho la saiya, furiosa-. Tu maldita División de Defensa es la que creó la estrategia para proteger las torres y mira donde nos ha llevado.
-Si alguien tiene la culpa de haber perdido ese combate es el arrogante de tu líder –replicó el saiya de perilla.
Al momento, varios soldados tuvieron que impedir que la mujer se lanzase a por el estratega.
-¡Soltadme! ¡Se tragará esas palabras! –ladró, furiosa.
-Dejadla –les permitió él-. Dejad que venga por mí si cree que eso traerá de vuelta a Kabish.
Kaiware se calmó de golpe, pero su mirada seguía encendida. La saiya parecía haber entendido lo que aquel viejo estratega quería hacerle entender. Sí, puede que hubiesen cometido un error, pero era momento de invertir esa ira en esfuerzos mucho más productivos. Sólo que ella no podía abandonar a Kabish así como así.
-Vámonos –les ordenó a sus compañeros de manada-. Vayamos a ver que le ha ocurrido a nuestro jefe.
Zinomon, un saiya de aspecto gigantesco, Jerb, un guerrero con dos espadas cruzadas en su espalda y Lazmin, un pequeño y escurridizo caníbal con la cabeza como una bola de billar, se pusieron a su espalda, custodiándola y brindándole su apoyo.
Y segundos después, la manada de los Kai Huru se marchó del palacio del Todopoderoso.
Los soldados se empezaron a dispersar, todos comentando la riña y dando cada uno su opinión. Todos aún más distraídos. Era el momento de atacar.
-Los Kai Huru se han ido –recalcó Seripa-. ¡Es el momento, Bardock!
El padre de Kakarot miró a cada uno de sus hombres y, justo cuando iba a dar la señal con un movimiento de cabeza, el hombre con quien Kaiware había estado discutiendo torció el rostro hacia ellos.
-Ya podéis salir –les dijo.
La manada entera dio un respingo. ¡Les habían descubierto! Justo cuando Toma iba a acometer contra él, Bardock le detuvo.
-Amigo, si hubiese querido delatarnos, ya lo hubiese hecho –le hizo entender el líder Alpha.
Todos pensaron en sus palabras y asintieron. Su jefe tenía razón, si aquel saiya hubiese querido delatarles, ya estarían con todo el ejército encima.
Bardock salió de su escondite y se acercó a él. –Te conozco –le reveló-. Eres uno de los Capitanes de la División de Defensa: Tataemos, el estratega.
Él hizo una reverencia. –Veo que mi fama me precede. Aunque vosotros tampoco pasáis inadvertidos, manada del Relámpago Azul. Habéis crecido enormemente en pocos meses.
-Perfecto, ya nos conocemos todos. Ahora dime por qué no tengo a todos los saiyans encima de mí y estoy hablando contigo tranquilamente –le soltó insolentemente.
Tataemos sonrió. –Porque el final sería el mismo, Bardock. Venceríais. –El líder de la manda quedó sorprendido por la franca respuesta-. La misión en la Tierra ha terminado. Hemos perdido. Muchos de los que aún custodian este palacio no lo entienden y su necedad les condenará. No así a mí. He querido hablar contigo antes de que iniciarais vuestro ataque para salvar mi vida y la de algunos compañeros.
-¿Crees que vamos a vencer? –Bardock no daba crédito. Aquel hombre no sólo pensaba que su manad podía contra todos aquellos soldados, sino que le pedía clemencia para él y sus aliados. Era increíble-.
Tataemos puso la mano sobre su hombro. –Estoy convencido. Sin los Kai Huru aquí no tendríais rival. –Hizo una pausa para mirarle a los ojos. Después le sonrió-. Me llevaré a algunas personas. En tres minutos podéis arrasar con todos si queréis. Los prisioneros que buscáis están en la tercera sala del ala Este.
Bardock asintió. –Gracias. Os dejaremos iros. –El saiya de la perilla le devolvió la misma mirada sincera-. Pero me gustaría saber una cosa: ¿por qué traicionas a tu pueblo no avisándoles de nuestra llegada?
-¿Y quién te dice que haciendo que ganéis esta batalla no os estoy condenando a vosotros y salvando a nuestra gente?
Tataemos se alejó de él y, tal y como había prometido, llamó a varios saiyans y salió de allí sin anunciar nada. Desde luego, sus últimas palabras no eran nada tranquilizadoras, pero el Relámpago Azul no tenía alternativa. Debía rescatar a los terrestres e iniciar una verdadera revolución cuanto antes.
Bardock caminó hacia el palacio. Su manada cubrió sus pasos al instante, no iban a dejarle solo. Jamás. Los soldados, pese al caos, no tardaron en detectarles. Con el primer ataque de energía que realizó uno de ellos, todo el bloque, incluso los que estaban en el interior, se volvió y se unió a la refriega.
-El Relámpago Azul, ¡qué sorpresa veros aquí! –dijo uno, el de armadura más liviana, mientras saltaba hacia ellos.
-¡Son ellos los que han armado todo este revuelo! ¡A por ellos! –arengó otro.
-Lamentablemente, chicos, no tenemos mucho tiempo para hablar –respondió Bardock mientras aplastaba a tres de ellos.
-Es un poco descortés pero tenemos que empezar a patearos el culo de inmediato –añadió Serippa.
Y todo el ejército saiya se unió al grito de: ¡matad a esos traidores!
El grupo rebelde se dividió. Mientras Bardock, Seripa y Toteppo derribaban sin cesar a todos los soldados que se les venían encima, Pambukin permanecía en la retaguardia, atacando desde lejos, avisando los peligros próximos y alerta a que absolutamente nada de aquella batalla se les pasara por alto. Ellos eran fuertes, lo sabían, habían conseguido mucho poder en los últimos meses, pero un error contra su pueblo y estarían acabados. Contra su especie, más que nunca, tenían que tenerlo completamente controlado.
A los pocos compases, el Relámpago Azul sabía que su táctica había funcionado. Con todos los saiyans enfocados en acabar con ellos, Toma, en quien nadie había reparado, pudo colarse sin problemas en las dependencias del templo del Todopoderoso. Tras buscar en unas cuantas habitaciones, no tardó en encontrar a los prisioneros atados con cadenas de energía. Agarró los grilletes y los destrozó utilizando todo su ki.
-¡Levantaos! –les ordenó el explorador de la manada-. ¡Os necesitamos!
Krilin, malherido, se puso en pie. Su cara no demostraba ningún tipo de agradecimiento.- ¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Vosotros fuisteis quienes nos derrotasteis y ahora reclamáis nuestra ayuda?!
-No os enteráis de nada, terrestres –gruñó Toma-. Si seguís vivos es gracias a nosotros. Ese era nuestro plan. Venceros nosotros antes de que viniese otra manada para fingir vuestra muerte. No había otra fórmula para salvaros el pellejo y poder utilizaros como arma secreta contra nuestro pueblo.
-Así que vosotros… -reflexionó en voz alta.
-¡Sí! -exclamó, interrumpiendo sus elucubraciones-. ¡Os salvamos el culo a vosotros y al planeta! Y ahora, tenéis que salir ahí, cuanto antes acabemos con los guerreros que quedan antes podremos salvar al Universo entero.
Los Guerreros Z estaban renqueantes, cansados, malheridos, pero su voluntad era inquebrantable. Todos sin excepción, Krilin, Tien, Chaoz, A-18, Boo, Dende y Mr. Popo, se alzaron y encontraron fuerzas suficientes en su flaqueza para salir a la batalla. El ejército no tuvo opción. La fuerza unida de la manada de Bardock y los defensores terrestres era inmensamente poderosa.
Exhaustos pero inmensamente felices, entre cadáveres, destrozos y sangre, el Relámpago Azul se acercó a sus nuevos aliados. Bardock, al frente de todo su grupo, tendió la mano al dios de la Tierra en señal de paz y concordia.
-Lo siento –se disculpó con sinceridad-. Creíamos que hacíamos lo mejor para vuestro planeta y nos equivocamos. Subestimamos a nuestra raza y eso nos hizo caer.
Dende meneó la cabeza. –No hay nada que sentir, hiciste lo que creías mejor. Somos nosotros los que tenemos que estar eternamente agradecidos.
-Se lo debía a Kakarot.
Un fuerte zumbido sirvió de preámbulo para la aparición de una enorme máquina voladora llena de hélices. La extraña nave con la insignia de la empresa del Sr. Brief aterrizó en la atalaya ante la atenta mirada de todos allí presentes. No había terminado de bajarse la compuerta y Marduk, Oob y A-17 saltaron hacia el Relámpago Azul en actitud claramente hostil. Y pese a que la manada saiya tomó una pose defensiva, no tuvieron que hacer uso de su fuerza. Dende se puso entre ambos y creó una barrera de energía para zanjar aquella pelea.
-¡Deteneos! –gritó el dios terrestre. Los tres guerreros quedaron desconcertados al principio, pero tras ver la pose relajada de los demás héroes Z, calmaron sus ánimos al instante-.
-Están con nosotros –explicó Krilin-. Ellos son los que nos han rescatado.
Mientras A-16, Sinaí, Zagros y las Fuerzas Especiales Satán descendían y se unían a la reunión, Dende alzó su báculo e hizo que todos los cadáveres que estaban esparcidos alrededor se convirtiesen en energía y se esfumasen. Después, con un solo gesto de su mano, reconstruyo todo el palacio y los jardines.
-Todo arreglado –añadió el namekiano.
-Casi todo… -dijo Bulma desde el interior de la nave. La científica salió tecleando una computadora del tamaño de un móvil-. La Tierra ha sufrido daños graves a nivel nuclear. Su energía preike está en un nivel crítico. Esas torres nos han hecho mucho daño.
-Pero las torres ya han sido destruidas, Bulma, no seguirán haciendo daño –trató de consolarla Oob.
-Hablando de las torres –intervino Mutenroshi-, ¿dónde está Yamcha?
-¿Ha caído uno de los vuestros? –preguntó Pambukin.
-Sí, aunque logró destruir su torre –respondió Bulma-. Debería haber vuelto tras completar su misión, pero no ha sido así –finalizó, asustada.
-Quizás se ha encontrado con los Kai Huru –manifestó Seripa.
-Encended vuestros localizadores y buscadle –ordenó Bardock.
Pero antes de que pudiesen hacer algún movimiento, una sombra apareció sobre sus cabezas. En medio de todos ellos cayó el cuerpo inerte de Yamcha, y todos se quedaron estupefactos viendo al guerrero. Inmediatamente, sus miradas se dirigieron hacia arriba, expectantes. Una figura apareció en los cielos y fue descendiendo lentamente. Al hacerse completamente visible, un escalofrió recorrió a todos y cada uno de ellos, helándoles por completo.
-¡Freezer! –exclamó Bardock, con los ojos como platos.
-Free… Freezer… -dejó escapar Krilin, muerto de miedo.
-¡Aquí tenéis a vuestro amigo! –dijo el ex tirano del Universo.
-¡Sigues vivo! –gruñó Oob-. ¡Gohan se sacrificó por tu culpa!
-¡A por él! –arengó Tien a sus compañeros.
-Tranquilizaos –dijo Freezer con desgana-. Si no hubiese ido en la ayuda de vuestro amigo, ese saiya lo hubiese matado y vuestra estúpida misión habría fracasado.
-¿Qué quieres? –Bulma se adelantó y se puso frente a él. No le tenía ningún miedo-. ¿A qué has venido?
-Ayudaros. Creo que tenemos intereses comunes y podríamos aliarnos. Vosotros queréis destruir a los saiyans y yo tengo mucha experiencia en eso.
-¡Maldito seas! –gritó Bardock lanzándose a por él. A-16 y Tien le sujetaron y pararon su embestida.
-Tranquilo, saiya. No lo conseguiste en el pasado, ¿qué te hace pensar que ahora tendrías más suerte? –le soltó Freezer antes de cubrirse su boca tímidamente y echarse a reír.
-¿Quieres ayudarnos a destruir a los saiyans? –dijo Krilin, confuso.
-¡¿Crees que me hace gracia servir a un estúpido mono?! Acabaré con el reino de ese mandril aunque sea lo último que haga –ladró, furioso.
Al ver la cara pensativa de Krilin, Bardock reaccionó de inmediato. -¡No puedes fiarte de él! ¡Es un asesino!
-Tienes razón, Bardock –admitió Krilin-. Pero necesitamos su fuerza.
-¿Fuerza? –dijo irónicamente Serippa-. Si el Rey Vegeta le descubre traicionándole acabará con su existencia con un solo pensamiento. Con un solo deseo.
-Quizás yo pueda encargarme de eso –dijo Bulma apoyando a Krilin.
-No puedo creer que le vayáis a dar una oportunidad –Bardock estaba alucinado.
-Freezer puede ser un arma muy poderosa, Bardock, y no contamos con mucho poder ahora mismo. No todos estamos a tu nivel –aclaró Bulma.
-No sabéis lo que estáis haciendo, terrestres –añadió Toma.
Y el Relámpago Azul, a regañadientes, aceptó la ayuda del tirano.
Se hizo el silencio. Todos cruzaron sus miradas y se dieron cuenta en ese preciso instante que aquel cónclave marcaría el destino de todos los planetas para siempre. No, ninguno era Goku. Ninguno tenía su ingenio, su fuerza, su voluntad. Quizás ninguno era el héroe que el Universo necesitaba, pero eran los que estaban allí para dar su vida para intentarlo. Y durante ese momento, todos y cada uno de ellos sólo pudieron pensar que aquel tiempo que pasaban juntos podría ser el último.