jueves, 24 de marzo de 2011

Capítulo 17




A un paso de la salvación.
¡Todas las torres serán destruídas!





Satán hincó su rodilla en el suelo y levantó avergonzado la mirada hacia el frente. Parecía imposible, pero tras todo aquel entrenamiento, tras todo el sufrimiento que sus chicos y él habían experimentado para tener una mínima oportunidad de sobrevivir, la única realidad es que aún eran insectos luchando contra gigantes.
Delante de él, entre el alto paso de una montaña, estaba la gigantesca torre de extracción, completamente impoluta. Intacta. Sin ningún solo arañazo. Frente a ella, su guardián. Un saiya de pelo largo llamado Pikelz que vestía con pieles y, a diferencia de todos los demás que habían visto, tampoco llevaba su cola enrollada en la cintura. También sin mácula alguna en su cuerpo. Ni entre todos habían conseguido rozarle.
-Vuestra fuerza combinada es ridícula –les menospreció el hierático guerrero del espacio-. Luchar contra mí es un suicidio y, aún sabiéndolo, lo hacéis por voluntad propia. ¿Por qué? –sus palabras eran de asombro. Pese a que su rostro no reflejase sus dudas, aquel soldado no lograba comprender el por qué de ese sacrificio.
Renqueante, Satán, líder de las Fuerzas Especiales que llevaban su nombre (y también el miembro más débil de aquel singular grupo), se reincorporó. Apenas podía mantenerse en pie. Sus rodillas temblaban incapaces de mantener su peso y sus brazos caídos delataban que su cuerpo no escondía amenaza alguna. Y sin embargo, ahí estaba de nuevo, frente a él.
-Porque este es nuestro planeta. Nuestro hogar. No dejaremos que nos lo arrebaten –dijo Satán, valiente, sin apartar la mirada de los negros e inexpresivos ojos del saiya.
-Pero ya estáis condenados… -repuso, desconcertado.
-No hasta que el último caiga. ¡No mientras tengamos aliento! –contestó, furioso.
-No tardaréis en caer, terrestres.
De nuevo, sus palabras eran libres de emoción. No denotaba tristeza o alegría, sólo la frialdad de un ejecutor.
-Pues hasta ese momento, tendrás que seguir luchando contra nosotros –dijo Pamput.
A la espalda de Satán, los guerreros de la Tierra caídos comenzaron a levantarse. Bacteria, Chappa, Sky Dragon, Giran, Pamput, Punta, Nam, la Coronel Violeta, Man-Wolf, Mutenroshi, Yajirobay y Pilaf y sus dos secuaces. Todos malheridos pero dispuestos a dar hasta la última gota de su energía por defender aquello en lo que creían.
-No os privaré de intentarlo –aceptó Pikelz.
En tromba, todos se lanzaron a por él haciendo uso de sus técnicas más poderosas. El saiya permaneció quieto como una estatua mientras sus ojos, a una velocidad vertiginosa iban captando todos y cada uno de los movimientos de sus enemigos.
Pikelz no necesitaba otra cosa que su propia percepción y razonamiento para ganar un combate. Según la técnica, estado de ánimo, nivel de fuerza y velocidad de un oponente, podía predecir con gran exactitud cuál iba a ser el próximo movimiento de su rival y hacia dónde iba a ir dirigido, lo que le daba una gran ventaja. Y si apoyaba esa sobrenatural concentración con un potencial físico bastante aceptable, eso le convertía en uno de los mejores soldados de todo el imperio. Pikelz era fuerza y mente en completa sintonía.
En pocos movimientos, el guerrero del espacio tumbó de nuevo a todos los terrestres, hiriendo más su orgullo y su esperanza que sus ya maltrechos cuerpos. Todos cayeron inconscientes, excepto Satán, quien aún luchaba por continuar el combate.
-¿Moriríais todos por destruir esta torre? –le preguntó a Satán, sosteniéndole en vilo por el cuello de su camisa.
Satán gruñó. –Por supuesto. Sin dudarlo.
-Entonces, si os dejo destruir esta torre, ¿podría quedarme con vuestras vidas? –pronunció curioso, dando a entender que aquello podría ser una auténtica proposición.
-Vas a quedarte con ellas de todos modos –respondió el héroe de la Tierra.
-Es cierto. Soy ahora vuestro juez y verdugo –asintió, serio-. Pero por débiles que seáis, un terrestre es más útil vivo que muerto.
-¿Qué quieres decir?
Por primera vez desde que lo tuvo enfrente, el saiya rió. Y su risa era tan escalofriante como la de un demonio. –Entregadme vuestras vidas y yo os entregaré esta torre –propuso.
-¿Quieres que te juremos obediencia? –Satán no daba crédito a lo que oía.
-Quiero que cuando os pida algo en el futuro, me devolváis el favor que os voy a hacer ahora sin preguntar lo más mínimo.
-Pero…
-Todos vosotros, sin excepción.
-Pero no puedo responder por ellos. No puedo hipotecar sus vidas –expuso Satán.
-Te han elegido como líder de este grupo. Yo diría que sí puedes.
-Haz conmigo lo que quieras, pero jamás te entregaré a mis camaradas –le dejó claro con furia.
-Entonces, os mataré uno a uno y no completaréis vuestra misión –indicó Pikelz-. El esfuerzo de todos vuestros compañeros en las demás torres habrá sido en vano y os habréis expuesto a mi gente, revelando vuestras intenciones y planes sin haber tenido éxito. Y eso hará que manden a más manadas aquí para exterminaros de una vez por todas.
Satán palideció.
-Dime, ¿es eso lo que quieres, terrestre?
-No… -dejó escapar con impotencia.
-Entonces…
Y justo en ese instante se creó el pacto que en un futuro pondría en peligro a todo el Universo.



Sentado en una roca y mordisqueando una manzana, el gigantesco saiya de larga melena y torso al descubierto miraba entretenido como la torre extraía hasta el último preike del núcleo de la Tierra.
-Sé que estás ahí, amigo –le dijo a la nada-. Sé que llevas mirándome varios minutos.
Pero segundos después, nadie contestó.
-Puede que mi rastreador se haya estropeado o puede que seas más listo que estos complicados cacharros, pero sé que estás ahí –pero tampoco entonces hubo respuesta-. Como quieras –se rindió al fin-. No iré a por ti si no vienes a por mí.
Justo cuando dio el último mordisco a la manzana, unas pisadas comenzaron a escucharse a su espalda.
El saiya miró por encima de su hombro y, sorprendido por lo que vio, se puso en pie inmediatamente.
-Vaya. Eres tan grande como yo –dijo el guerrero del espacio mirando de arriba abajo al colosal ser que tenía frente a sí.
A-16 esbozó una media sonrisa al escucharle. En cierta manera, el androide opinaba lo mismo. Ambos eran de la misma complexión y altura, pero aquel invasor obviaba el hecho más importante de todos: A-16 no era humano. Y eso era una diferencia que marcaría el transcurso de todo aquel encuentro.
-No quería interrumpir tu comida –explicó el robot pelirrojo.
El saiya accionó de nuevo su dispositivo. Tras ver que el resultado no era el que esperaba, volvió a pulsar el botón una vez más. Y otra. Hasta que se cansó.
-Definitivamente está estropeado –dijo con una mueca de desagrado-. En fin, tendré que descubrirlo a la antigua usanza.
-No has matado a nadie aún. Podemos evitar esta lucha –le advirtió A-16.
-¿Qué no he matado a nadie? –el gigantón se echó a reír-. Claro que no. Es cierto. Pero no porque no quisiera. Es que nadie se ha atrevido a enfrentarse a mí.
A-16 endureció su rostro por aquellas palabras. –Desiste. Ya nada podrás hacer en este planeta. Vete en paz y respetaré tu vida.
-Avod jamás ha huido de un combate –sentenció, refiriéndose a él mismo.
-No eres lo bastante poderoso –le advirtió el androide.
Sin mediar palabra, el saiya le propinó un duro puñetazo que hizo que A-16 volase varios metros.
-¡No me menosprecies así, amigo! –chilló indignado.
A-16 se sentó el asfalto y se tocó la barbilla justo por donde le había golpeado. Luego, alzó la vista y miró a Avod.
-No hay maldad en tu corazón, saiya –le dijo sin acritud ninguna-. Eres salvaje y fuerte, un guerrero de nacimiento, pero no estás contagiado por la sed de sangre de tu raza.
-¿Qué intentas decirme, terrestre? ¿Qué no soy un soldado de verdad? ¿Qué no me gusta pelear?
-Te digo que lo haces por la causa equivocada.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Pronto lo entenderás.
En ese instante, A-16 desapareció de la vista de Avod y éste sólo se percato de su presencia cuando ya tenía el puño del androide golpeándole con fuerza el pecho.
El saiya cayó de rodillas agarrándose la barriga por el dolor.
-Eres…muy…fuerte –dejó escapar entre quejidos.
-Ahora lo soy mucho más. Mi nuevo núcleo de poder esta al máximo de capacidad. No podrás vencerme.
Avod rió. –Lo dices con mucha seguridad, amigo.
-Mis cálculos no dan margen al error.
Con un tremendo dolor en su escultural y musculado pecho, el titánico saiya se reincorporó y se encaró con A-16. Ninguno dejó de mirarse a los ojos pese a los eternos segundos que pasaron en silencio.
-Te creo, amigo –habló finalmente el saiya.
A-16 levantó una ceja en señal de incomprensión.
-Te creo -repitió, divertido-. Eres más fuerte que yo. Pero eso no cambia las cosas. Es mi deber proteger este lugar y lo haré hasta la muerte.
-Eso es un error. No puedes…
-¡Es mi naturaleza! –le interrumpió-. ¡Soy un guerrero! ¡Un saiya! –exclamó con orgullo-. Quizás sea un error luchar contra alguien que sabes que es más poderoso, pero, ¡por diez mil Oozarus!, estoy deseando hacerlo. Tiene que ser divertido –finalizó sonriente.
A-16 asintió esbozando también una sonrisa.
-Vas a tener que demostrar esa fuerza que dices tener, amigo. Voy a luchar duro.
-Lo haré.
-Y, por favor, no te guardes nada de tu fuerza. Quiero un combate memorable. Quiero que aquel que me gane esté al cien por cien de su capacidad. No me humilles conteniéndote.
-No lo haré –le prometió.
-Gracias, amigo terrestre.
El combate fue duro. Los golpes que se intercambiaban hacían temblar la tierra y rugir al mismo cielo. Eran dos colosos, dos titanes, dos dioses que se herían de muerte en cada acometida. Y para sorpresa de A-16, aquel saiya, aunque claramente inferior, fue un digno rival para su poder.
Tras unos minutos de épica contienda, Avod cayó al suelo desde los cielos. Su cuerpo estaba totalmente destrozado, pero su alma estaba radiante de felicidad. Hacía ya mucho tiempo que no disfrutaba de una lucha así y, pese a haber perdido la contienda, no había mejor recompensa para un soldado que morir en el campo de batalla con honor.
A-16 se posó frente a él, le miró con sus fríos ojos y echó a caminar hacia la torre. Entonces, la mano de Avod le agarró del tobillo.
-¿Qué haces, amigo? –pronunció con dificultad.
-Te he vencido. Ahora destruiré la torre.
-No, no funciona así. Mientras viva trataré de impedírtelo. ¡Es mi deber!
-No lo harás. No puedes.
-Lo haré. Así que mátame antes –le pidió.
-No quiero matarte.
-Pero debes hacerlo. Ese debe ser mi final. Morir en el cumplimiento de mi deber.
-No.
-Por favor… Déjame morir con honor.
-No hay ningún honor en la muerte.
Avod cerró los ojos y de la impotencia brotaron lágrimas. –Para los que podemos morir, sí la hay.
A-16 se quedó perplejo ante aquella respuesta. ¿Qué quería decir?
-¿Crees que no lo sé, amigo? –dijo, y después comenzó a toser-. Sé lo que eres realmente. De qué estás hecho. Eres un robot. –Sin saber exactamente por qué, A-16 se irguió ante esas palabras-. Pero no por ello te he tratado de manera distinta, ¿verdad? Porque lo que somos, lo que nos identifica, no son nuestros orígenes ni nuestro aspecto, son nuestros pensamientos. Nuestro corazón –dijo señalándose el suyo-. Y tú, amigo, estés hecho de lo que estés hecho, me has demostrado que eres más humano que muchos de los que he visto estos días. –A-16 no podía hablar. Aquellas palabras le estaban… ¿alegrando?-. Respétame como yo lo he hecho contigo. He luchado con todas mis fuerzas hasta caer derrotado ante ti. Dame el final que merezco, por favor.
A-16 seguía sin entenderlo, pero le comprendía. Según su propia religión, era un completo deshonor el seguir viviendo habiendo fracasado en una misión tan vital. Vivir sin haber entregado la muerte en tu cometido. No lo comprendía, ni lo compartía, pero sí lo respetaba.
El androide alzó la mano e invocó una fuerte onda de energía. Y ante las lágrimas de felicidad y paz de Avod, disparó hacia éste desintegrándolo por completo.
Luego alzó la mirada hacia la torre como si nada. Al fin y al cabo, por más muertes que causase, él sólo era un robot.



Yamcha no tardó en encontrar la torre saiya cerca de las montañas nevadas. Asentada en mitad de un gigantesco glaciar, la construcción destacaba sobremanera entre aquel deshabitado paisaje de hielo y nieve.
El guerrero Z se acercó con sigilo y observó como la máquina estaba escoltada por cuatro saibaimanes y aquello, por macabro que pareciese, le hizo gracia. Sin embargo, pese a que el destino le volvía a enfrentar a aquellos engendros verdes, ese escenario no pintaba nada bien.
Extraño, se dijo a sí mismo. Este sitio debía estar mucho mejor protegido, reflexionó.
Cauteloso, permaneció escondido hasta averiguar a qué peligro se enfrentaba realmente. Dudaba que los saiyans fuesen a dejar el éxito de una misión tan importante en manos de esos bichos. No, debía haber alguien vigilándolos.
Entonces, tras unos minutos, vio como los saibaimanes abandonaron su vigilancia y se lanzaron hacia las frías aguas que les rodeaban. Extrañado por lo que sucedía, Yamcha se acercó para inspeccionar de cerca qué hacían. Y no tardó en obtener respuesta. Los cuatro saibaimanes emergieron trayendo consigo lo que parecía los restos de un extraño robot.
Yamcha miró el reloj de su transmisor. Debía darse prisa. Quizás esos engreídos y prepotentes saiyans habían subestimado tanto la fuerza terrestre que sólo habían mandado proteger la torre a cuatro saibaimanes. Quizás no había más peligro que ese. Al fin y al cabo, ellos creían haber acabado con toda amenaza en el planeta.
-Pues se van a llevar una desagradable sorpresa –murmuró sonriente mientras se abalanzaba a por las criaturas verdes.
No les dio opción. En pocos segundos, Yamcha logró vencer a los cuatro monstruos y aun así su corazón iba a mil por hora. El hecho de volver a enfrentarse a una de esas horrorosas criaturas era un miedo que aún no había logrado superar. En todo el combate no había parado de pensar si alguno de esos bichos intentaría atraparle de nuevo y sacrificaría su vida en pos de acabar con él. Pero quizás, cayó en la cuenta después, ese mismo temor era el que le había hecho estar tan concentrado en sus adversarios y salir victorioso.
Cuando se hubo tranquilizado, se acercó a la chatarra que habían rescatado del fondo de las aguas. Sin duda eran partes de un androide. Sin embargo, esa tecnología, al menos por lo poco que él entendía, parecía muy primitiva comparada con la del Dr. Guero. Se fijo después en una de las partes y vio algo que le dejó de piedra. En medio de una maraña de metal, cristal y hielo había un cerebro humano conectado a infinidad de cables.
-¿Qué demonios es esto? –preguntó mientras se acercaba con repulsión a los restos.
-Es algo que a ti no te incumbe, terrestre.
Yamcha miró hacia todos lados buscando el origen de aquella voz, pero no vio nada. Entonces, una fuerte y sonora carcajada estalló a su alrededor y, de nuevo, Yamcha no pudo percibir donde estaba su fuente, lo que hizo que riese con más fuerza.
-¿Quién eres? –le pregunto a la nada.
-Sabes quién soy, terrestre. Lo que quizás suceda es que te da demasiado miedo admitirlo.
-¿Quién eres? ¡Habla! –ordenó el bandido, desquiciado.
-Soy tu muerte.
De la nada se fue materializando una silueta. Primero sólo se adivinó sus rasgos en el aire. Luego se fueron haciendo visibles pero aún transparentes. Y después, poco a poco más opacos y coloridos hasta que mostraron la figura de un saiya sin armadura ninguna.
Aquella prodigiosa aparición enmudeció al bandido.
-¿Qui… Quién… eres? –tartamudeó, muerto de miedo.
-Parece que hayas visto un fantasma, terrestre –dijo el saiya, divertido.
Yamcha intentó hablar, pero no pudo. Su boca no le respondía, estaba totalmente paralizado. De nuevo, como hacía ya muchos años, estaba frente al enemigo, solo y sin ayuda, y con un mundo rezando por su victoria. Aquello era demasiada presión.
- Mi nombre es Kabish, líder Alpha de la manada de los Kai Huru –se presentó el extraño.
Yamcha se puso en guardia. Tanto la pose relajada de aquel guerrero como la seguridad en sus palabras delataban que debía tener una alta confianza en sí mismo, sustentada sin duda en una gran fuerza. Debía tener mucho cuidado.
-¿Quieres destruir la torre? –y Kabish se echó a reír-. ¡Qué iluso!
-No quiero destruirla. Voy a destruirla –pronunció con chulería.
-Confías demasiado en tus habilidades –contestó el guerrero saiya mientras accionaba su localizador para analizar a Yamcha-. Tú fuerza de combate no debería haberte dado ni para vencer a ese nuevo modelo de saibaimanes. Supongo que no debería hacer caso a los estúpidos niveles con los terrestres pues tenéis la habilidad de cambiar vuestra fuerza a voluntad. No obstante, el que dicen que es el saiya más poderoso, Kakarot, lo aprendió todo de vosotros.
-Haces bien en no subestimar nuestro poder. Te llevarías una desagradable sorpresa –le dijo, desafiante.
-Interesante. Déjame ver de lo que eres capaz, terrestre.
Yamcha endureció su cuerpo. Sus músculos estaban tensos, su mirada fría y su ki en sintonía. Todos los preparativos a una gran batalla ya estaban hechos, ahora sólo faltaba que fuese más diestro y más inteligente que su rival.
Yamcha se puso en guardia, pensó una rápida estrategia de ataque inicial y profiriendo un ensordecedor grito se lanzó a por Kabish.
Los primeros golpes sorprendieron al líder Alpha, quien no pudo más que protegerse de las primeras acometidas. Después, sin dejarle respirar, comenzó la oleada de patadas. Yamcha saltaba de un lado a otro, golpeando por todos sitios, como si fuese toda una manada de lobos feroces asaltando a su presa.
Kabish cayó al suelo y rodó justo cuando Yamcha clavó el talón en la nieve.
-No está nada mal –le reconoció el saiya, jadeante-. Pero ahora es mi turno.
-Ni hablar –gruño Yamcha mientras alzaba su mano derecha y agarraba su muñeca con la izquierda.
Ante la perpleja mirada del líder de los Kai Huru, el bandido terrestre invocó una terrible bola de energía en la palma de su mano. Después, moviendo los dedos índice y corazón de cada mano a modo de titiritero, Yamcha movió la esfera de ki a voluntad, llevándola de un lado a otro sin esfuerzo alguno. Y los golpes comenzaron a sucederse sin cesar.
La esfera de energía golpeó sin cesar el cuerpo del guerrero del espacio sin darle opción alguna a la defensa para después caer en picado desde el cielo y chocar contra su pecho creando una terrible explosión de energía.
Cuando el humo hubo desaparecido, Yamcha contempló como Kabish estaba inconsciente en el suelo.
El bandido, agotado por la batalla, se dirigió hacia la torre con la intención de acabar cuanto antes con ese maldito trabajo. Accionó el transmisor y habló con Bulma:
-Bulma, aquí Yamcha, estoy preparado para hacer pedazos la torre.
-¡Perfecto! Todos lo habéis conseguido –la voz de Bulma que salía del altavoz resonó por todo el lugar-. Esperaremos dos minutos. A mi señal, lanza el ataque más potente que tengas contra la torre. Eso debería bastar.
-Entendido, Bulma.
-Avisaré a los demás. Prepárate.
-Está bien. Una cosa más...
-Si...
-Gracias por lo que me dijiste antes, Bulma. Realmente me siento diferente. Y que me lo digas tú lo hace aún más especial.
-De nada.
De nuevo, se hizo un incómodo silencio entre los dos.
-Nos vemos ahora, Yamcha –dijo Bulma finalmente.
-Claro… –contestó nervioso.
Y ambos cerraron la comunicación.
En ese instante, la misma risa diabólica que antes resonaba por el frio hielo volvió a surgir de la nada.
-Así que ese era tu plan, ¿no? O debería decir vuestro, porque por lo que se hay más idiotas a parte de ti.
Kabish volvía a estar en pie. Las heridas de su cuerpo, pese a ser visibles y sangrar aún, parecían no hacerle mella.
-Acabaré contigo, maldito saiya -gruñó Yamcha.
-Pues espero que esa no haya sido toda la fuerza a la que puedes recurrir porque serías bastante patético.
-Antes te vencí, puedo volver a hacerlo ahora.
-¿Te refieres al teatro de antes? Por favor, era sólo una forma de ver tu poder real. Y, sinceramente, me esperaba algo más. Espero que tus amigos me den más juego o les tendré que aplastar como a vulgares gusanos. Exactamente cómo voy a hacer contigo y con esa chica, esa tal Bulma.
-¡Cállate! –gritó mientras se lanzaba al ataque.
-Voy a disfrutar machacándote.
Kabish no podía parar de reír. Había jugado con ese miserable humano y ahora sabía que la Tierra contaba con una pequeña célula rebelde que había que reducir de inmediato. Mejor, así esta misión no será tan aburrida, pensó el Alpha.
Cinco golpes bastaron para dejar a Yamcha fuera de juego. Se acercó al cuerpo inconsciente del terrestre y le golpeó con fuerza para ponerlo boca arriba. Le miró y comprendió por qué el Rey Vegeta tenía tanta prisa por aniquilar ese planeta y a sus habitantes. Eran enemigos muy poderosos. Y no por su fuerza, sino por su entrega y convicción. Eran capaces de sacar una temible energía de sus sentimientos y el tiempo le había hecho ver que no había mayor enemigo que el que no tenía nada que perder.
Kabish alzó su mano, la llenó de energía y se dispuso a ejecutar a Yamcha. Quizás fue porque estaba demasiado concentrado en sus pensamientos o, posiblemente, porque no esperaba a nadie más, pero Kabish no pudo hacer nada para esquivar el rayo que de pronto le había atravesado su corazón.
El saiya cayó al suelo y una figura a su espalda caminó por encima suya hasta Yamcha, le recogió y sacó el transmisor de su bolsillo. Cuando segundos después Bulma señaló el momento de atacar la torre, fue la figura quien lanzó su potente ataque. No le sorprendió que saliera bien. Sabía que los planes de los humanos siempre daban resultado. Ya lo habían hecho contra él. Esto no sería una excepción.