lunes, 11 de enero de 2010

Capítulo 9


La manada del Relámpago Azúl.

Los saiyans vuelven a invadir La Tierra.


Bulma retrocedió asustada del telescopio, alejándose de aquel aparato como si fuese la misma muerte. Aunque, a decir verdad, bien poco le faltaba.
La científica bajó a toda prisa las escaleras que le separaban de la planta baja y echó a correr por los jardines de la Capsule Corp. Justo antes de alcanzar la puerta trasera de la esfera principal, Bulma tropezó y cayó de bruces al suelo. Pero no se levantó. No le quedaban fuerzas. No le quedaban esperanzas.
Pasó un minuto, tal vez diez. O quizás solo fueron unos segundos, para ella era difícil saberlo. Pero cuando Krilin la ayudó a levantarse y vio como los ojos de su amiga estaban completamente llenos de lágrimas, el pequeño guerrero no necesito ninguna palabra más para entender lo que estaba pasando.
Estaban aquí.
El cielo chilló como si alguien lo apuñalara y se tiño del rojo carmesí de la sangre. Rompiendo sus nubes, cinco esferas incandescentes atravesaron el firmamento y cayeron como meteoritos destrozando la ciudad a su paso. Entre gritos de pánico y asombro, los habitantes de Ciudad del Oeste se acercaron cautelosos hacia los cinco cráteres que se habían formado. En ellos, las esferas aún permanecían humeantes, pero era más que obvio que se trataban de naves espaciales.
Segundos después, las cinco compuertas se abrieron al mismo tiempo y de ellas salieron cinco guerreros, cuatro hombres y una mujer, provistos de armadura y cola.
Los saiyans habían vuelto a la Tierra.
-Así que este es el planeta donde Kakarot se ha hecho tan fuerte –dijo uno de ellos, quien parecía el líder-. ¿Me pregunto que tendrá de especial?
-A simple vista parece menos evolucionado que muchos de los que hemos conquistado –declaró un saiya alto y de pelo oscuro y puntiagudo-. De hecho –y accionó el rastreador que tenían en su oreja-, el potencial de combate de sus habitantes es ridículo. Deben tener alguna clase de transformación o poder interior.
-No lo creo, Toma –respondió uno de sus compañeros, una bajito, gordo y con un fino bigote-. Creo que la respuesta es más simple que todo eso. Creo que su fuerza reside en la voluntad.
-¿Voluntad? –rió la única chica del grupo-. Con eso no se puede pegar, Pambukin. Por más fuerza interior que tengas, si no eres más fuerte que tu rival, jamás saldrás con vida.
-Silencio –ordenó su líder-. Creo que vienen a darnos la bienvenida.
Pocos segundos más tarde, los rastreadores de los cinco se pusieron en funcionamiento alertándoles de la llegada de cuatro fuerzas. Momentos después, cinco personas descendían del cielo y les plantaban cara.
Tien, Chaoz, A-18, Boo y Krilin se encararon con los cinco saiyans. Éste último, al ver al líder de los invasores, quedó sorprendido.
-Tu también eres idéntico a Goku –le dijo con los ojos como platos-. En el planeta Vegeta no hay mucha variedad, ¿verdad?
-Mi nombre es Bardock –respondió con seriedad-. Y somos la manada del Relámpago azúl. Dime, ese al que llamas Goku, ¿dónde está?
-Ha ido a Namek a por vosotros –sentenció con orgullo-. No creo que a Vegeta, Piccolo, Gohan, Videl y a él le quede mucho que hacer ya en ese planeta. Posiblemente vengan ya en camino.
Y Bardock quedó cabizbajo y pensativo.
-Hemos llegado demasiado tarde –ladró con furia el tipo alto y de pelo puntiagudo.
-Ya nos lo temíamos –dijo el gordito-. Pero tenemos que seguir con nuestro plan. No hay otra salida.
Bardock levantó la cabeza. –Tienes razón, Pambukin. No hay alternativa. Vosotros –dijo refiriéndose a Krilin y a los demás-, vamos a conquistar este planeta. Mejor será que no opongáis resistencia.
-¿Y para qué crees que hemos venido aquí? ¿De excursión? –contesto burlona A-18.
-Defenderemos la Tierra a toda costa –añadió Tien.
-Sois los más fuertes de este planeta, ¿no es así? –preguntó la chica saiya.
-Eso parece –le contestó Krilin.
-Entonces podemos proceder –continuó con saña.
Los guerreros de la Tierra se pusieron en guardia de inmediato.
-Está bien, a vuestras posiciones –ordenó Bardock-. Toma y Seripa, encargaos del monstruo rosa. Toteppo, tú del de los tres ojos y del enano que se esconde tras él. Yo me encargaré de los dos que quedan. –Se giró y miró al restante de su manada, quien permanecía sonriente mirando a los terrestres-. Pambukin, ya sabes tu trabajo. Analízalos. Quizás necesitemos de tu sabiduría.
-Por supuesto, jefe –respondió alejándose de ellos.
Y la batalla dio comienzo.
Tan pronto como Bardock se fue a por ellos, el enano y la chica desaparecieron de su vista. El saiya utilizó su visor para rastrearles, pero fue inútil. La velocidad de ambos sumada al poder para descender a voluntad su fuerza de combate les hacía prácticamente invisibles al radar. Solo en un ataque sorpresa serviría de algo su visor, avisándole en el último momento para que pudiese reaccionar. Sin embargo, ni en ese instante funcionó.
A-18 le pegó una patada en toda la sien, lanzando a Bardock a través de varios edificios y clavándolo finalmente en la fachada de uno.
El saiya se acarició la mejilla golpeada y miró a la mujer a través de los numerosos agujeros que había creado. ¿Cómo demonios no la había detectado? Aquello era imposible. Esos rastreadores eran una tecnología completamente nueva. No tenía explicación.
A no ser que...
Bardock rió. –Eres un androide –le dijo-. Por eso detectamos solo cuatro fuerzas cuando llegasteis.
Ella se limitó a sonreír y a encogerse de hombros.
-Está bien. Veamos como te las arreglas en un combate directo –le retó.
Bardock se lanzó a por ella y justo cuando iba a golpearla, Krilin cayó sobre él lanzándolo contra el pavimento.
-Dime saiya, mi novio es humano, ¿ahora qué excusa vas a poner? –le soltó A-18 con una media sonrisa de prepotencia iluminando su bello rostro.
Bardock salió del suelo volando hacia ellos cual misil. Se puso en medio de ambos y comenzó a golpearles a los dos. Él era más fuerte, de eso no había duda, para la técnica que la pareja mostraba les permitía blocar la mayoría de sus golpes.
Si quiero terminar rápido con ellos debo cambiar de táctica, dijo para sus adentros. Vamos Pambukin, ayúdanos.

-¡Ahora Toma!
Al grito de Seripa, el guerrero saiya agarró el brazo rosa que acababa de estirarse hacia él y empezó a volar a toda velocidad callejeando entre edificios y alejándose del monstruo rosa.
-Espero que esto de resultado –pensó en voz alta.
Boo, confundido, miró entonces a la chica, quien le observaba en postura felina desde lo alto de una farola.
-Dime gordito, ¿podrás luchar igual de bien con un brazo menos? –le dijo la chica y Boo torció la cabeza en señal de incomprensión-. Tu cuerpo es flexible y casi indestructible, pero no podrás defenderte si no tienes extremidades para ello. Mi amigo y yo vamos a desmembrarte –le amenazó.
Boo sacó entonces una sonrisa de oreja a oreja y eso cabreó enormemente a Seripa.
La saiya se abalanzó a por él y en ese instante, Boo hizo que el brazo que tenía aprisionado se despegase de su cuerpo como si nada e hizo crecer uno nuevo. Por la sorpresa, Seripa frenó levemente su acometida y quedó desprotegida unos segundos. Pero fue tiempo suficiente para Boo.
El monstruo lanzó una terrible oleada de puñetazos sobre el rostro de la chica y después la lanzó por los aires. Entonces, el cuerno de la cabeza de Boo comenzó a brillar y soltó un extraño rayo de energía hacia ella. Pero no acertó. Un segundo antes de que le diese, Toma apareció de la nada y salvó a su compañera.

Cerca de allí, Toteppo miraba hacia las nubes, atónito y en silencio, maravillado por el brillante azul del cielo terrestre. Entonces, unas sombras pasaron justo por encima de su cabeza sacándole de su ensimismamiento.
Es verdad, estaba en mitad de una pelea. Se le había olvidado completamente.
Con resignación, el gigantesco saiya buscó a sus atacantes por los alrededores. No los vio. No era bueno en eso de detectar enemigos. Para él era mucho más fácil que Bardock le dijese quiénes eran y dónde encontrarles. Así solo tendría que ganarles rápidamente y poder volver lo antes posible a su huerto.
Eso le recordó algo.
Toteppo se paró en mitad de la calle y sacó unas extrañas zanahorias lilas de su cinturón. Aquellas hortalizas eran propias del planeta Anfas, pero el había conseguido plantarlas pese a que Vegeta no tenía un clima gélido como ese planeta. Pero aún no las había probado.
Con sumo cuidado, el gigantón limpió la comida con un trozo de su vestimenta y se sentó en el suelo a comerlas plácidamente. Pero justo cuando iba a darle el primer mordisco, un fino rayo de energía impactó sobre la hortaliza y la destrozó por completo.
-¿Te ríes de nosotros? –le preguntó Tien, enfadado, mientras le miraba desde los cielos.
Entristecido, Toteppo miró nerviosamente a su alrededor. ¿Por qué habían destrozado su comida? ¿Por qué le habían atacado si no les había hecho nada? Con todo el trabajo que le había costado hacerla madurar y ahora para nada.
-¡Vamos! ¡Ven a por nosotros si te atreves! –volvió a incitarle Tien.
Toteppo le miró, pero no había rencor en sus ojos. Ni el menor atisbo de furia. Sabía que debía acabar con ellos pero realmente no tenía ninguna razón para hacerlo. Y pese a que ese hombre malo de tres ojos había destruido su zanahoria, no quería matar a nadie por esa tontería.
Pero tenía que hacerlo. Porque Bardock siempre le había tratado con respeto y cariño y siempre le había ayudado. Y su jefe quería que los vencieran. Y él le ayudaría en todo lo posible.
Toteppo cogió fuerzas y se lanzó hacia Tien. Cuando estaba a unos metros de él, Chaoz saltó desde la espalda de su compañero y se puso entre ambos. El pequeño guerrero terrestre puso sus manos abiertas sobre sus orejas e invocó una de las técnicas que mejor dominaba.
-¡Taiyoken!
El cuerpo entero de Chaoz comenzó a despedir un fulgor fortísimo y Toteppo quedó cegado ante tal brillo. Entonces, Chaoz se puso al lado de Tien y éste junto sus manos frente a él dejando un hueco triangular entre ellas.
-¡Kikoho! –gritó el guerrero de tres ojos.
Como si sus manos se hubiesen transformado en potentes cañones, de ellas salieron despedidas enormes ráfagas de energía que cayeron una y otra vez sobre Toteppo.
Sin embargo, por la cara de Tien se adivinaba que algo no marchaba bien. Aquel ataque era muy destructivo, no solo para la victima y el entorno, si no para el propio lanzador de la técnica. Sin embargo, lo que deberían haber sido salvajes embestidas de energía, caían sobre Toteppo como una simple lluvia, que no incitaba ni al más mínimo empujón.
Aquel saiya gigantón no estaba sufriendo. Aunque la energía le daba de lleno y agrietaba su armadura y dañaba su propia piel, Toteppo no parecía sentir nada. Él miraba hacia Tien y Chaoz viendo caer los cañonazos sobre él pero sin sentir el más mínimo miedo. Sin sentir el más mínimo dolor.

Aunque no había nadie combatiendo cerca de él, Pambukin estaba atento a todos y cada de los combates. Para el ojo inexperto, quizás ese saiya obeso y alejado del peligro podría parecer un cobarde. Nada más lejos de la realidad. Pambukin había pertenecido a la División de Ataque sin manada alguna, ganándose el apodo de “Kamikaze” por sus locas y arriesgadas misiones en solitario. Esas experiencias en solitario llevaron a que la División de Exploración se fijase en él e intensase reclutarle. Y Pambukin aceptó. Allí aprendió a moverse por el medio y a reconocer y entender a las diferentes razas del universo tan solo observando su lenguaje corporal.
Lamentablemente, su exitosa carrera como soldado saiya fue truncada por un suceso inesperado.
En un planeta donde estuvo destinado sufrió un terrible ataque sorpresa cometido por la raza rival de los nativos. Salió vivo de milagro.
Pambukin fue hospitalizado, pero sus heridas y lesiones fueron muy graves. Estuvo años postrado en una cama. No obstante, aquello tampoco le desanimó. Con la ayuda de la General Artíkone, Pambukin se unió a la División de Defensa y desde su retiro aprendió los dogmas y enseñanzas de aquella parte del ejército. Con el paso de los años, lo que perdió de su poderío físico, lo ganó en una prodigiosa inteligencia.
Y ahora utilizaba dicha arma en favor del único hombre que siempre creyó en él, Bardock. Y por lo poco que había visto, ya tenía la clave para ganar a esos terrestres en el menor tiempo posible.
Pambukin accionó su rastreador y comenzó a hablar por él. –Chicos, tengo una idea –les comentó-. Cambiad de objetivos, vuestras habilidades están combatiendo contra el enemigo equivocado. Toteppo, encárgate del tipo rosa. Seripa, de la chica. Toma, tú del enano de pelo moreno y jefe, usted acabe cuanto antes con el chico blanco de ojos saltones. Eso hará que el tres ojos pierda la cabeza y se lance a por usted sin medir sus golpes.
Y todos siguieron sus órdenes.
En un pestañeo, Krilin y compañía vieron como sus enemigos huían y otros nuevos les hacían frente.
-¡Eh! –se quejó el alumno de Muten-, ¿quién ha pedido un cambio de pareja?
Sin mediar palabra, Toma se fue hacia él. Cuando A-18 quiso atacar al saiya por la espalda, Seripa ya la esperaba para clavarle sus uñas en el pecho y mandarla contra un coche tras una impresionante pirueta.
Tras varios intercambios de golpes, Krilin se alejó de su oponente y puso la palma de su mano derecha hacia arriba invocando un afilado disco de ki.
Toma lo miró impresionado. –Veo que tú también conoces esa técnica.
-¿También? –repitió Krilin, estupefacto.
Toma alzó las dos manos y creo dos discos de energía azuladas, idénticos a los de Krilin. Los dos guerreros lanzaron sus ataques, pero los discos de Toma desintegraron a los de su oponente y se fueron directos a por Krilin. Éste, los esquivo en el último momento, pero quedó a merced de su enemigo, quien de un mazazo lo dejó inconsciente en el suelo.
Mientras tanto, Seripa luchaba ferozmente contra la otra chica. Indudablemente, la rubita era fuerte y hábil, pero no podía compararse con ella. Seripa era considerada una de las mejores amazonas de toda la División de Ataque. Tenía un estilo de lucha curtido y heredado de las más salvajes fieras de todos los planetas. Ese era su secreto, llamar a su bestia interior cuando peleaba y hacerlo como un animal, basando su fuerza en sus instintos de caza.
La saiya arañó la cara de su enemiga y luego le dio un fuerte puntapié en la barriga. A-18 quedó tendida en el suelo.
-Luchas bien –le reconoció Seripa-, pero no buscas inspiración en ti misma para vencer.
A-18 levantó la cabeza y la miró con odio. Entonces, la chica creó una bola de energía y la lanzó al aire. Y como si de un saque de voleibol se tratase, golpeó a la esfera de ki y la lanzó contra la androide. Ahí acabó el combate.

Toteppo se puso frente a su nuevo adversario. ¿De verdad tenía que seguir combatiendo? No tenía ganas, pero era su obligación. Suspiró y deseó que ese mal trago terminase lo antes posible.
El gigantón se fue hacia el ser de color rosa y comenzó una lluvia de puñetazos sobre su barriga y su cara. Pese a que sus golpes eran como mazazos divinos, aquel monstruo gordinflón no parecía tan afectado por sus golpes que otras de sus victimas y eso le confundió. ¿Estaría perdiendo efectividad?
La barriga de Boo se hinchó y golpeó a Toteppo lanzándolo por los aires. Después, estiró sus brazos y le apaleó desde la distancia, clavándolo en el suelo y trayéndolo de nuevo hasta él, formando un tremendo surco en la carretera.
Toteppo se levantó mareado pero con una idea clara en su mente: si quería ganar a ese tipo debía invocar su poder más oculto.
Sin pensarlo dos veces, el saiya alzó su mano y se rasgó su propio rostro por la frente, justo en el mismo sitio donde tenía tres cicatrices, haciéndolas sangrar de nuevo. Toteppo aulló de dolor. Nada en el universo podía hacerle sentir dolor, salvo su propia fuerza. Y cuando lo hacía, algo dentro de él quería salir para luchar contra ese invasivo y terrorífico sentimiento.
Toteppo chilló y sus ojos se pusieron rojos. Su rostro se torció en una extraña mueca de rabia y Boo contempló aterrorizado como aquel saiya corpulento había entrado en berserker.
Poco más logro ver. El saiya le golpeó con su puño y el defensor terrestre sintió como su fuerza parecía haberse multiplicado por mil.
Boo salió despedido y Toteppo cayó sobre él como un perro rabioso, golpeándole repetidamente sin parar. Solo cuando el cuerpo sangrante de Boo dejó de moverse, paró y gritó a los cielos para salir de su estado.

-¡Chaoz!
Con las lágrimas saltadas, Tien se abalanzó hacia Bardock, quién aún sostenía el cuerpo del pequeño luchador en su mano.
El líder saiya se cubrió de los imprecisos ataques del terrestre, quien ya no medía en sus acometidas, solo quería hacer daño a cualquier precio. Y atacar sin inteligencia era sinónimo de perder un combate.
Bardock le hizo un barrido y antes de que cayese al suelo, le dio una patada alejándolo de él.
-Déjeme acabar con él, mi señor –dijo una voz a la espalda de Tien.
Cuando se giró, el guerrero de la Tierra no pudo articular palabra. ¡Era Cooler! Y no estaba solo, sus Fuerzas Especiales y los mercenarios de Turles estaban con él. Todos vivos y completamente recuperados.
-Os... Os... Vencimos –articuló con dificultad.
-Nadie derrota a los Guerreros Fantasmas –declaró el hijo del Rey Cold.
-Cooler, apártate –le advirtió Bardock-. Esta conquista es cosa nuestra. No quiero que pongas tus sucias manos sobres mis presas.
-Perdonadme, mi señor –se disculpó mientras agachaba su cabeza en señal de respeto.
Cuando Tien intentó levantarse de nuevo, Bardock lanzó una descarga de energía sobre él y le atravesó el pecho. El grito ahogado del héroe hizo que los acompañantes de Cooler rieran.
Y Tien, inerte, cayó sobre la carretera.
Segundos después, Seripa, Toteppo, Toma y Panbukin llegaron junto a Bardock.
-Enterrad a esta basura terrestre –ordenó el padre de Goku a su manada-. Pronto llegaran el resto de las tropas y debemos comenzar con los preparativos.
-Permítame que nosotros lo hagamos. –Cooler se dirigió a los cuerpos y Toma lo alejó de ellos de una patada.
-¿Qué te hace pensar que te queremos cerca, escoria? –le dijo el segundo al mando de la manada.
Cooler se alejó en silencio y humillado y avisó a Namek de que la Tierra había sido conquistada. Y lejos de allí, el Rey Vegeta sonrió porque ya no había resistencia alguna en todo el universo