viernes, 19 de junio de 2009

Capítulo 3



Los tres deseos.
Tenemos un gran problema.


Casi una hora después de haber partido, Gohan y Videl llegaron a un archipiélago de verdes islas, localización marcada por las coordenadas que les había dado Bulma. El viaje, pese haber sido volando, había sido largo, sobre todo para Gohan, quién se había tenido que adecuar a la velocidad de Videl, muy inferior a la suya.
Cuando aterrizaron en el punto exacto que la científica les había indicado, se vieron en mitad de un claro rodeados por una extensa arboleda. En el centro de ese espacio sin árboles en el interior del bosque, Gohan y Videl vieron varias pisadas que aparecían y desaparecían sin más.
Videl se agachó y examinó el rastro. –Es aquí donde comienzan y aquí donde acaban –dijo señalando a punto y a otro-. Y por lo que veo –dijo agachándose y mirándolas más de cerca-, han sido dos personas las que han caminado por aquí. Una de ellas bastante pesada.
-Si aparecen sin mostrar origen alguno y desaparecen sin dejar más rastro, es que han venido y se han ido volando –apuntó Gohan-. Así que posiblemente son los que buscamos.
-Espera –dijo Videl mientras seguía concentrada mirando el terreno-. ¡Mira esto, Gohan! ¡Es un nuevo rastro!
Gohan se acercó y observó con detenimiento las huellas que había descubierto su novia. En efecto, tal y como ella decía, este conjunto de pisadas eran muy diferentes a las que habían visto antes. Las nuevas eran bastantes más pequeñas, no tan pronunciadas y tenían relieve. Además, por su disposición y tamaño, Gohan y Videl discernieron que se trataban también de varias personas, cada una de un peso y tamaño diferentes, y que, posiblemente, hubiesen huido de allí.
Sin más dilación, los dos comenzaron a seguir las nuevas huellas y pocos minutos más tarde se encontraron frente a una pequeña cueva. Gohan y Videl se miraron y después, sin decir palabra alguna, asintieron a la vez. Sin pensárselo dos veces, los dos guerreros se adentraron en la oscuridad de aquella gruta.
El camino era oscuro, pedregoso y lleno de serpenteantes caminos que descendían cada vez más. Sin embargo, Gohan y Videl se habían acostumbrado con mágica facilidad a la falta de luz y eso restaba dificultad y miedo a la inesperada exploración.
A los pocos minutos de caminar, el eco de un lamento resonó por las húmedas paredes de la cueva.
Gohan y Videl se buscaron la mirada de inmediato.
-No deben andar lejos –susurró Gohan.
-Sígueme, creo que es por aquí –apremió Videl.
Los dos aceleraron el paso y avanzaron con celeridad por aquella gruta sin saber a dónde ni a quiénes les conduciría aquel camino. Pero ninguno tenía miedo. Los dos sabían que llegar hasta el final ayudaría a conocer mejor la situación a la que se enfrentaban, y la fuerza de hacer lo correcto era lo suficientemente poderosa como para apartar cualquier posible sombra de temor.
Segundos después, Gohan y Videl llegaron a su destino. Allí, agachados y temblando, se encontraban tres personas que les miraban con auténtico terror en sus ojos.
-¿Go…? ¿Goku? –dijo una de ellas, un ser pequeño, de tez azul y sombrero de vivos colores.
-No, no soy Goku –contestó Gohan-. Soy su hijo.
-¡Tienes que salvarnos! –dijo una mujer de pelo moreno y largo-. ¡Tienes que llevarnos con Goku!
-Lo haremos –añadió Videl-. Ahora debéis calmaros, por favor.
-¡Los hemos visto! –exclamó el tercero de ellos, un hombre zorro vestido de ninja-. ¡Y ellos a nosotros! –gritó con miedo-. ¡Y ahora querrán matarnos porque saben que conocemos sus planes!
-¿A quiénes habéis visto? ¿De qué planes habláis? –preguntó Gohan, nervioso e intrigado.
Y durante los posteriores minutos, el pequeño ser azul les relató todo lo ocurrido. Y a medida que la historia avanzaba, la cara de Gohan iba reflejando mejor el miedo y la agonía que ahora aprisionaba su alma.
Justo cuando la historia hubo terminado, Gohan ordenó a Videl que le ayudase a cargar con ellos hasta la Capsule Corp. Lo que había escuchado era realmente importante y no podían desperdiciar ni un minuto más.
Treinta y dos minutos exactamente fue lo que tardó Gohan en llevar a Videl y los demás desde la isla hasta la sala de conferencias de la Capsule Corporation, hacer que éstos tomaran asiento y reunir al resto de los guerreros Z. Sin embargo, cuando Goku entró en la sala de la reunión, la sorpresa se acrecentó aún más.
-¡Pilaf! –gritó Goku con una amplia sonrisa brillando en su rostro.


El héroe de la Tierra se acercó a él y le dio un gran abrazo.
-Si también están Mai y Shu. ¡Qué bien! –exclamó de nuevo refiriéndose a la mujer de negros cabellos y al zorro vestido de ninja, respectivamente.
-¿Los conoces, Goku? –preguntó Vegeta extrañado.
-¡Claro! –respondió-. Somos viejos amigos. Pilaf, Mai y Shu trataron de matarme varias veces cuando era pequeño. ¡Qué tiempos aquellos! –suspiró con nostalgia.
-¿Siempre te haces amigo de aquellos que intentan matarte? –Vegeta estaba incrédulo.
-No, no siempre. Además, esto es muy diferente. Pilaf trataba de asesinarme pero sin maldad, ¿verdad?
Goku miró entonces al pequeño ser azul y éste, junto a sus compañeros, comenzaron a reír nerviosamente.
-Bueno, ¿qué hacéis aquí? –les preguntó Goku.
-Papá, quiero que todos escuchéis a Pilaf –dijo Gohan-. Él sabe quién está detrás de todo lo que está ocurriendo.
Los guerreros Z se reunieron en torno a la mesa y escucharon atentamente.
-Voy a contaros todo lo que sé, pero no me hagáis preguntas ni la toméis conmigo –comenzó a relatar el inofensivo enano azul mientras cabizbajo jugueteaba con sus manos-. Todo empezó hace unos días cuando quise volver a reunir las bolas mágicas.
-¿Y para qué querías reunir tú las bolas de dragón? –preguntó Bulma.
-¡He dicho que nada de preguntas! –exclamó enfurecido Pilaf, aunque su voz atiplada difícilmente podía intimidar a alguien.
-Lo siento, Pilaf –intervino Goku-. Continua, por favor.
-Está bien –aceptó a regañadientes-. Pues tras hacernos con uno de los radares de las bolas de dragón, el cual cogimos prestado de la casa de Satán, observamos que el aparato solo reflejaba seis bolas mágicas, así que supuse que la última esfera de dragón debía estar escondida. Entonces, justo hace unas horas, cuando me decidía a ir a Baba, la adivina, para que me dijese dónde podría encontrarla, la séptima bola de dragón apareció en el radar. Y vi que alguien estaba empezando a reunirlas a toda velocidad. Y decidí aprovecharme de eso.
Mai, Shu y yo cogimos la cápsula-avión y nos trasladamos a la localización de la última esfera de dragón que le quedaba por reunir y esperamos escondidos a que apareciese el misterioso invocador. Nuestro plan era seguir ocultos hasta que Shenron apareciese y, entonces, tal y como Oolong nos lo hizo a nosotros, salir de la nada y pedir, al menos, un deseo de los tres. Pero no imaginaba hasta que punto iba a estar equivocado.
Cuando el portador de las otras seis bolas llegó, no lo hizo solo. Eran dos hombres con cola y ataviados con armaduras, iguales a las que tenían esos dos guerreros que una vez arrasaron parte del planeta –y Pilaf miró de soslayo a Vegeta. Estaba convencido de que uno de esos dos asesinos era él, pero no quería pronunciarse en voz alta-. Uno era alto, de pelo largo; el otro, bajo, calvo y con una cicatriz que le cruzaba su ojo derecho. Y por la actitud que tenían, eran iguales o más peligrosos aún que sus predecesores –y la descripción de Pilaf hizo que todos se mirasen por puro miedo.
-¡Se quiénes son esos guerreros del espacio! ¡Son esos saiyans! –alertó Chaoz. Tien le miró con extrañeza. -¿Cómo lo sabes, Chaoz?
-Porque son los dos hombres a los que nos enfrentamos cuando entrenamos con
Kami-Sama.
En ese instante, Tien y Krilin recordaron su encuentro con los dos asesinos. -Pero aquello fue un viaje al pasado; una ilusión para medir nuestra fuerza.
¿Cómo habrán logrado salir de allí? –preguntó Krilin.
-No lo sé –respondió Pilaf mientras pensativo se tocaba la barbilla-, pero te aseguro que esos dos monstruos eran muy reales.
-Y cuando invocaron a Shenron, ¿qué pidieron? –preguntó Vegeta muy preocupado.
-Peticiones muy raras –contestó Shu-. Desde el primer momento, nada más invocar al dragón, los dos guerreros le dejaron una cosa clara a Shenron: querían que el dragón escuchase primero sus tres deseos y que después los concediese todos a la vez.
-¿Y el dragón sagrado aceptó? –preguntó Bulma, algo recelosa.
-Si esta dentro de su poder, si –aclaró Piccolo-. No hay reglas ni un protocolo establecido a la hora de conceder los deseos. Todo depende del propio Shenron.
-¿Y qué pidieron esos dos? –preguntó Oob, quién había permanecido callado y casi escondido hasta ese instante.
-Su primer deseo fue también muy extraño. Pidieron que el dragón restaurase el planeta Vegeta –e ipso facto, los ojos de Vegeta se pusieron como platos.
-¿¡Qué has dicho!? ¡No puede ser! –gritó antes de quedarse completamente petrificado.
-Esos dos bastardos han devuelto la existencia a los saiyans –dijo Piccolo mientras gruñía con fuerza y apretaba con furia sus dientes.
Y un murmullo general estalló en mitad de la sala de reuniones.
-Continua –ordenó Goku, quién permanecía serio y concentrado frente a la mesa.
-Su segundo deseo fue que el dragón resucitase a todos los saiyans que habían muerto desde el mandato de un tal Freezer y los pusiera allí.
-¿Los saiyans? ¿¡Vivos!? –Chaoz corrió hacia Tien y lo abrazó con fuerza.
-Mi padre…otra vez… -fue lo único que acertó a decir un boquiabierto Vegeta.
Y las voces de pánico no tardaron en convertirse en auténticos augurios de destrucción. Ni el más entero de los guerreros Z pudo mantener la calma. Aquella noticia era mucho más de lo que podían digerir. Aquella noticia era el principio del fin.
-Y aún queda un deseo más –recordó Mai-. Y para mi es el que más importancia tiene.
-¿Cuál? –preguntó Krilin con miedo.
-El tercer deseo de esos hombres fue que Shenron concediese los dos deseos anteriores como si los hubiesen pedido hace un año. Pero el dragón se negó y dijo que su poder para cambiar la realidad de ese modo solo le daba para llevarlo en el tiempo a un plazo máximo de seis meses atrás. Ellos aceptaron y así quedó todo cerrado.
-¿Quieres decir que esos dos guerreros han cambiado la realidad y que los saiyans llevan existiendo desde hace seis meses? –Piccolo estaba perplejo, no quería dar crédito a lo que escuchaba.
-No puede ser… -articuló Krilin mientras, temblando de miedo, retrocedía alejándose de Mai, como si ésta fuese la propia causante del mal que explicaba.
-Entonces, por eso estaban Cooler y sus hombres aquí de nuevo –discurrió Goku-, porque los deseos, aunque se hayan pedido hoy mismo, fueron concedidos hace seis meses.
-Pero papá, ¿qué demonios tiene que ver Cooler con los saiyans? –preguntó Gohan.
-No lo sé, pero no existe otra explicación de por qué todos ellos han vuelto a la vida.
-Esperad, aún hay más –dijo Pilaf, llevándose de inmediato la atención de toda la audiencia-. Cuando pidieron sus deseos y las bolas mágicas se desperdigaron en todas direcciones, el visor de uno de ellos comenzó a hacer ruido. Alguien se estaba comunicando con ellos y, por lo que pudimos entender, les estaban ordenando que se quedasen allí para que esperasen sus naves y a los prisioneros que debían transportar.
-¿Prisioneros? ¿Qué prisioneros? –y Goku miró en derredor, como si tratase de encontrar un hueco en sus filas, alguien que debiese estar allí y no estuviese-. ¿Y hacía dónde debían transportarlos?
-Hablaron de un lugar llamado Namek –dijo Mai.
-¿¡Namek!? –Piccolo volvió a enfurecerse-. ¡Esos malditos van hacia mi planeta!
-Y ahí fue cuando nos descubrieron –explicó Shu-. Al ver los extraños deseos que habían pedido, nos asustamos y decidimos que era mejor avisarte a ti, Goku, y esos guerreros debieron escucharnos murmurar. Así que huimos y nos escondimos en el mejor lugar que encontramos –y Shu miró al suelo avergonzado.
Goku se acercó al pequeño ninja y le puso lamo en su hombro. –Tranquilo, hicisteis bien. Esos dos eran demasiado fuertes para vosotros.
Shu notó el calor y la fuerza de Goku y no pudo evitar mirar hacia arriba y sonreír. –Gracias –le dijo abriéndole su corazón de par en par.
Después, el héroe de la Tierra se dirigió a todos los demás. -Tenemos que hacer algo –habló Goku, tratando de tomar el mando de una situación que parecía descontrolarse más aún a cada momento que pasaba-.Bulma, encárgate de darle a Pilaf, Mai y Shu algo de comer. Necesitan recuperar fuerzas y relajarse después del susto que se han llevado –y la científica asintió-. Los demás, agarraos a mí. Vamos a ir a ver a Dende. Necesitamos contactar con los namekianos, avisarles y ver si saben algo más.
Los guerreros Z se reunieron en torno a Goku y se tocaron entre sí. Goku alzó la mano derecha, puso sus dedos índice y corazón en la frente y, un segundo después y tras un sonoro pitido, todos los héroes de la Tierra desaparecieron de la sala de juntas de la Capsule Corporation.
A la velocidad de un parpadeo, todos aparecieron en mitad de la atalaya de Kami-Sama, aquella isla entre las nubes que gobernaba la bóveda celeste de la Tierra. Sin embargo, aquel palacio pulcro y divino donde residía el dios terrestre había sido atacado. Palmeras arrancadas, columnas desperdigadas por todo un suelo que tenía todas sus baldosas destruidas. Y el palacio blanco, otrora símbolo de paz y descanso, era ahora un montón de ruinas que amenazaban en convertirse rápidamente en meros escombros.
Con una mezcla de indignación y furia, los guerreros Z avanzaron por la atalaya en busca de alguna pista que les indicase donde podría encontrarse Dende. Y para su sorpresa, no tardaron en dar con ella.
Extraños ruidos comenzaron a llegar a los oídos de los héroes provenientes de las ruinas. De ellas, una figura negra, baja, rechoncha y con turbante ayudaba a salir a un malherido y joven namekiano. Al verles, Goku y los demás fueron enseguida a su auxilio y les llevaron hasta una zona despejada.
Estuvieron largos segundos en silencio, todos maldiciéndose interiormente por lo ocurrido y demasiado asustados para hablar. Sin embargo, Tien no pudo aguantar más la agonía de preguntar lo evidente. Si querían solucionar lo que estaba pasando, era el momento de empezar a hablar de ello, aunque eso lo hiciese a su par más real y peligroso.
-¿Qué ha pasado, Dende? ¿Han sido los saiyans quiénes os han atacado? –preguntó el guerrero de tres ojos.
-¿Los saiyans? –dijo el malherido dios namekiano-. No. Para nada.
-Han sido unos extraños robots con cola –añadió Popo, su sirviente de color, quién no parecía tener ni un solo rasguño.
-¿Y qué buscaban? ¿Por qué os han atacado a vosotros? –preguntó Piccolo mientras observaba la atalaya y evaluaba los daños.
-Desconozco quienes eran, pero de una cosa estoy seguro –contestó Dende-, esos robots sabían perfectamente a qué venían y cómo debían conseguirlo.
-¿Por qué dices eso? ¿Qué se han llevado? –Goku cada vez estaba más preocupado y sentía que la situación le desbordaba.
-Se han llevado los oráculos –dijo una voz proveniente de la otra punta de la atalaya.
Allí, caminando entre el derruido templo, el duende gato Korin y el guerrero salvaje Yajirobay caminaban hacia ellos con aspecto de haber salido de un campo de batalla. Sin embargo, pese a su maltrecha apariencia, ambos parecían gozar de un estado de salud perfecto.
-Maestro Korin –dejó escapar Goku con sorpresa-, ¿qué hace usted aquí? ¿Le han atacado también?
-Digamos que nosotros nos expusimos a ello –contestó sonriente el gato-. Al sentir que Dende estaba en peligro, los dos subimos a echar una mano –explicó-. Pero esos seres no venían a destruirnos, venían a robarnos. Y se han llevado los oráculos, las vasijas con las que podíamos ver el presente, pasado y futuro de cualquier persona o lugar.
Y Piccolo palideció al escucharlo.
-¿Y para qué querrían esos objetos mágicos? ¿Qué planean hacer con ellos? –se preguntó Goku a sí mismo en voz alta.
-Creo que la respuesta es más que evidente, Goku… -dijo el guerrero namekiano temblando de terror.
-¿Quiénes fueron los que os atacaron? –habló Tien-. Si no fueron los saiyas, ¿quiénes les están ayudando?
-Fueron los Metal Cooler –dijo Yajirobay mientras sacudía su ropa.
-¿¡Qué!? –acertó a decir Vegeta con ojos desorbitados.
-Los Metal Cooler –repitió el guerrero salvaje y gordinflón-. Ya sabes, las versiones robóticas de Cooler. A los que nos enfrentamos en Namek.
-¿Pero qué hacen esos seres otra vez entre nosotros? –Piccolo estaba perplejo-. ¿Acaso no acabamos con ellos en aquella ocasión?
-Pues han vuelto –sentenció Yajirobay; después, se sentó en el suelo y de su traje sacó una bolsa de patatas fritas y empezó a comérselas-. Tomar alubias mágicas siempre me da hambre –explicó al notar que todos le miraban.
-Pero los robots no estaban solos –continuó Korin-. Había alguien con ellos que los comandaba.
-¿Quién? –fue la pregunta al unísono que todos hicieron.
-No lo sé. Pero puedo deciros que era alguien muy parecido a ellos, también de aspecto casi humano y con una gran cola.
-Esperad, he recordado algo –dijo Yajirobay, hablando con la boca llena y escupiendo trozos masticados de patatas-. Cuando esos tipos creyeron que estábamos todos muertos, dijeron que algunos llevasen las vasijas a los dos saiyans y que otros fuesen a por los niños. Y también dijeron algo acerca de llevarlos a otro lado, no me acuerdo muy bien –concluyó despreocupadamente.
-¿Los niños? –se cuestionó Goku; y cayó rápidamente en quiénes eran-. ¡Goten y Trunks! ¡Han ido a por ellos!
Sin más dilación, Goku puso de nuevo sus dedos en la frente y despareció da la atalaya antes de nadie pudiese tocarle.


Segundos después, el héroe apareció en mitad del salón de su casa y contempló horrorizado como su mujer yacía herida e inconsciente en el suelo.
Se acercó a ella y le tomó el pulso. Aún estaba con vida.
-Chichi, cariño, ¿estás bien? –le susurró Goku acariciándole la mejilla y con las lágrimas saltadas.
-Go…Goku… -articuló ella débilmente y con mucho dolor-. Se los han llevado…Se han llevado a Goten y a Trunks… -y algo en su interior hizo que Chichi se retorciese.
-No hables más, mi amor. Reserva todas tus fuerzas.
Goku la cogió entre sus brazos y cerró sus ojos para concentrar toda su energía. Un instante después, había desaparecido.


-¡Korin! –gritó Goku nada más aparecer de nuevo en la atalaya.
-Goku, ¿cuándo has vuelto? Si hace un momento habías…
-Korin, tienes que ayudarme –le interrumpió el saiya criado en la Tierra.
-¡Mama! –exclamó Gohan acercándose rápidamente hacia ella-. ¿La han atacado? ¿Por qué?
-Porque, conociendo a tu madre, habrá intentado enfrentarse a aquel que se ha llevado a Goten y Trunks –contestó Goku con una tristeza notable en su voz. Después, devolvió la mirada hacia el gato-. Korin, ¿tienes una alubia mágica para ella?
Y el gato, con bastante vergüenza, negó con su cabeza. –No, Goku. Ya sabes que las alubias Senzu son muy difíciles de cultivar y que solo unas pocas crecen de estación en estación. Y, lamentablemente, Yajirobay y yo nos hemos tomado la última para recuperarnos del ataque de esos robots. Lo siento, si lo hubiese sabido, yo…
-No te preocupes –le calmó Goku-. Estoy seguro de que podrá sanar sin problemas en un hospital. Es solo que no puedo soportar verla así –y el saiya agachó la cabeza con impotencia.
-No podemos seguir perdiendo tiempo, Goku. Debemos prepararnos para un contraataque –apremió Piccolo.
-Reunámonos en Capsule Corp. y tracemos un plan –y Goku miró entonces a un callado Oob-. Si esto es tan peligroso como parece, te necesitaremos. Si vamos a Namek, me gustaría que vinieses con nosotros.
-Pero, no estoy seguro, Goku –dijo vacilante-. No sé si soy lo suficientemente fuerte para enfrentarme a esta amenaza. Además, mi madre está enferma y no me gustaría separarme de ella.
-Pues ve a su lado –le dijo de manera paternal y comprensiva-. Ve junto a ella y si te sientes preparado, ven hacia la Capsule Corp. Tienes hasta mañana para pensarlo, si no apareces por allí entenderé que no deseas venir.
-Gracias, Goku –dijo con una amplia sonrisa en su rostro.
Goku cogió a su mujer en brazos y la besó. Una vez se prometió que ella nunca sufriría por sus batallas, y ahora había faltado a su palabra.
Fuese quien fuese el que le había hecho daño iba a pagarlo muy caro.
Y todos los guerreros Z se prepararon para la nueva aventura.