martes, 15 de marzo de 2011

Capítulo 16




La liberación de la Tierra.
Comienza la destrucción de las torres.






El plan es el siguiente. Al amanecer, todos recogeréis vuestros dispositivos de localización e iréis a vuestras respectivas misiones. A-17, tú serás el encargado de la torre del desierto. Oob, tú de la que está situado en aquel remoto poblado. Yamcha irá a los glaciares y A-16 se quedará a destruir la que hay aquí mismo en la ciudad. Las dos restantes serán para los dos grupos de guerreros. La torre situada en mitad del océano será tomada por Sinai, Zagros y Marduk y la que está en las montañas por las Fuerzas Especiales Satán.
Nada más salir de la Capsule Corp., todos sincronizareis vuestros relojes. Seis horas después de eso se cumplirá nuestro tiempo límite. Tras ese tiempo, las torres habrán extraído tanta energía que el planeta se precipitaría hacia su destrucción pese a que cumpliésemos nuestra misión.
Supongo que sabéis qué debéis hacer, pero no está de más recordarlo. Cada torre debe estar custodiada por un grupo de saiyans. Tendréis que eliminarlos y esperar que los demás grupos hagan lo propio. ¡Que a nadie se le ocurra ir en la ayuda de otros miembros de la resistencia! Debemos confiar y rezar en que todos tengáis éxito porque todas las torres tienen el mismo mecanismo de defensa: deben destruirse todas en el mismo y preciso momento. De lo contrario, serán invulnerables. Por eso todos debéis tener éxito, para que cada uno, en su esquina del planeta, pueda lanzar un ataque sobre la torre en el mismo instante.
Poco más puedo deciros. Nuestros satélites han sido bloqueados y toda la información que hemos recopilado es base de informes antiguos y testimonios de supervivientes.
Sois la esperanza de la Tierra. De todas las razas del universo. Desde aquí rezaremos por vuestra victoria.



El desierto era muy grande e inhabitado. Hubiese sido pan comido encontrar algo del tamaño de una torre allí, pero aquel clima no estaba ayudando en absoluto. El viento golpeaba con fuerza su rostro y le dificultaba la visibilidad cada vez más. A-17 se percató de que le tormenta de arena empeoraba por momentos. Si no se daba prisa en encontrar la torre y destruirla, no podría hacerlo hasta que no amainase el temporal.
A los pocos minutos, el vendaval amainó sólo unos pocos segundos, pero fue suficiente para divisar a lo lejos una construcción de metal que se alzaba unos sesenta metros hacia los cielos. A su alrededor, varios soldados con armadura permanecían alerta vigilando todo el perímetro. Incluso, A-17 apreció que los guardianes accionaban una y otra vez sus localizadores por si estos detectaban algo que sus ojos pasaban por alto debido a la tormenta. Son buenos guardianes, pensó A-17, pero han cometido un grave error.
Antes de que su enemigo pudiera saber siquiera que le golpeó, su cuerpo sin vida cayó al suelo fulminado. En respuesta, sus compañeros volaron veloces hasta él. Cuando vieron a A-17 todos quedaron muy sorprendidos.
-¿Qué demonios sucede? –dijo uno mientras presionaba una y otra vez su localizador.
-Mi localizador no detecta nada, ninguna presencia. ¡Y lo tengo delante de mis narices! –exclamó otro de ellos mientras retrocedía asustado.
-¿Algún problema, caballeros? –preguntó el androide mientras se acercaba a ellos con una media sonrisa en su rostro.
-¡Dejad los localizadores! ¡Acabemos con él! –espoleó el tercero de ellos mientras se lanzaba a por A-17.
-¿Atacar a un enemigo sin saber su poder? –se preguntó retóricamente el androide-. Craso error.
No tuvo ni que molestarse en moverse del sitio. Mediante aquello soldados saiyans trataban de golpearle, a-17 se los quitaba de encima con rápidas combinaciones de golpes. Nada espectacular, pero suficiente para tumbarles a todos.
Cuando se deshizo de todos, se acercó a la monumental edificación. La observó detenidamente y trató de percibir ese campo de fuerza del que Bulma les había hablado. Nada. No sentía que esa torre despidiese energía de ningún tipo. Entonces, el androide levantó la palma de su mano y lanzó un potente rayo de energía.
Y ahí apareció.
Su ataque fue absorbido por una membrana transparente de energía. La científica tenía razón, debía esperar al resto. A-17 cogió su transmisor del abrigo y justo cuando se disponía a hablar, sintió como algo se acercaba a su espalda. El androide rodó por el suelo y se giró rápidamente para ver como una ráfaga ki chocaba con el lugar donde había estado hacia sólo segundos.
-Por poco –dijo una bella mujer saiya de pelo rizado mientras salía de la oscuridad de las cuevas.
-Así que tú eres la verdadera guardiana de este sitio –dijo A-17 mientras se reincorporaba.
-Eso parece, guapo. De lo contrario, ¿qué iba a hacer yo aquí? –preguntó burlona mientras jugueteaba con su rabo de manera muy coqueta.
-Pues por tu bien espero que seas mejor que ese atajo de inútiles que te ayudaban. No he tenido ni tiempo para divertirme con ellos –advirtió en modo chulesco.
-Esos soldados sólo son carne de cañón. Nos sirven para determinar con más exactitud la fuerza y clase de nuestros enemigos. Como ahora mismo, “androide” –respondió con retintín.
-Eres lista –admitió él-, pero eso no te salvará.
La mujer dejó de menear sensualmente su cola y lanzó una brillante esfera de luz al cielo.
-Me llamo Lika. Sólo quería que supieras el nombre de aquella que te va a destrozar. Porque voy a convertirte en un montón de chatarra, guapo –le advirtió justo antes de transformarse en una bestia gigante.
El Oozaru levantó el puño y lo incrustó en A-17, hundiéndole varios metros en la tierra. O, al menos, eso pensó. Cuando la guardiana alzó de nuevo su mano, el lugar donde segundos antes había estado su enemigo estaba totalmente vacío.
Entonces, sintió una poderosa presión en su rabo. Cuando se giró y miró, A-17 le sonrió divertido y, agarrándola por su cola, la lanzó al aire sin esfuerzo alguno. Pero la monstruosa criatura frenó en lo alto de los cielos y se quedó mirándole.
-Eres fuerte –admitió el Oozaru con una cavernosa voz mitad ladrido.
-Más de lo que jamás podrías imaginar.
A-17 volvió a esbozar una sonrisa.
Sin orden alguno, el androide comenzó a lanzarle al mono gigante decenas y decenas de ataque de energía que éste, con dificultad, fue esquivando sin que ni uno solo le rozase.
El Oozaru emitió un sonido parecido a la risa. –Retiro lo dicho –dijo la saiya-. Incluso en este estado torpe y lento he conseguido zafarme de todos tus ataques ki. No eres tan buen luchador como pensaba, chatarra.
-¿Estás segura? –repuso A-17 con sarcasmo.
Fue entonces cuando se dio cuenta. Puede que fuese la incómoda tormenta de arena que azotaba en esos momentos o quizás que el sol le daba de cara en aquel instante, pero la soldado saiya no había visto como todos y cada uno de los ataques que había esquivado de A-17 se habían convertidos en esferas de energía que se habían mantenido en los cielos como visibles minas entre las nubes.
-¿Qué diablos?
Fue lo último que dijo la guerrera del espacio.
Con un movimiento de su mano, el androide más fuerte del universo hizo que todas esas esferas se dirigiesen hacia la enorme bestia. La explosión fue tremenda. Más de cincuenta esferas de puro ki impactaron sobre su cuerpo al mismo tiempo. Nadie podía resistir aquello. Y aquella guerra no fue una excepción.
El cuerpo de la saiya, otra vez en forma humana, se precipitó desde los aires y se estrelló en la dura tierra.
-Gracias, Piccolo –dijo A-17 mientras se acercaba a ella.
Tras contemplar a la mujer y asegurarse su victoria, A-17 cayó a la arena y dejó que el viento le enterrase durante unos pocos minutos. Él, como su hermana, era un androide de energía infinita. No podía cansarse. Sin embargo, las batallas muy duras le dejaban exhausto de alguna manera. Era una fatiga más mental que física, pero aún así le recordaban a base de un fuerte dolor el duro esfuerzo cometido. Por fin, tras descansar un rato, el androide sacó su transmisor y habló con la base.
-Aquí A-17. La torre del desierto ha sido tomada.
Ya solo tocaba esperar a los demás.



Lejos de allí, Oob sobrevoló la zona donde Bulma había localizado la torre. Tras otear el terreno unos segundos, no tardó en encontrarla en mitad de aquel distante pueblo que no había visto en su vida.
Oob descendió y observó la torre. Miró a su alrededor pero no vio a nadie que la custodiara. Aquello parecía demasiado fácil.
Entonces, alguien apareció rodeando la construcción.
-No lo entiendo... –mascullaba pensativo un hombre de pequeños ojos y fino bigote.
A la espalda del inofensivo individuo, una niña pequeña de gafas y pelo alilado acompañada por un pequeño ángel de pelo verdoso, antenas y babero, gritaba una y otra vez.
-Arale cállate, por favor. Necesito saber qué ocurre –le rogó el hombre a aquella niña.
-Vámonos ya a sacar al perro. Vámonos ya a sacar al perro,... –insistía la risueña chiquitilla con vehemencia.
Entonces, los tres se percataron de la presencia de Oob y se acercaron a él.
-Hola –saludo sorprendido el hombre del bigote-. Tú no eres de este pueblo.
-No –respondió Oob, confundido.
-¿Has venido por esto? –y señaló el hombre a la torre.
-Si...
-¡Por fin! –gritó de alegría-. Soy el Doctor Senbei Norimaki, el científico y genio local –dijo con orgullo-. Pero llevamos dos días aquí con este trasto y aún no lo he hecho funcionar. No conseguimos captar ninguna señal de televisión nueva con esta antena.
-¡¿Qué?! –exclamó Oob, alucinado. Aquella era la última reacción que esperaba al buscar la torre.
-Vámonos ya a sacar al perro. Vámonos ya a sacar al perro,...- insistió de nuevo Arale.
-Sí, ha sido muy raro –continuó el doctor ignorando la petición de la cría-. Su empresa vino volando, como usted, e instalo aquí la antena y la hizo funcionar. Y después, se marcharon. Pero creo que han debido cometer algún fallo porque recibimos los mismos canales que antes.
-Vámonos ya a sacar al perro. Vámonos ya a sacar al perro,...
-Yo es que... –Oob no sabía explicarse. Esa situación era totalmente surrealista.
-Vámonos ya a sacar al perro. Vámonos ya a sacar al perro,...
-Lo raro es que no consigo llegar a tocar la antena para ver su funcionamiento –explicó el científico-. Es como si tuviese alguna protección invisible. Ya no saben que inventar para detener la piratería.
-Vámonos ya a sacar al perro. Vámonos ya a sacar al perro,...
-Creo que se equivoca, señor... –advirtió Oob, completamente desconcertado.
-Vámonos ya a sacar al perro. Vámonos ya a sacar al perro,...
-¡Esta bien! –estalló el doctor Norimaki-. Trae al perro aquí mientras hablo con este técnico.
-¡Bien! –gritó de júbilo la niña-. Vamos a por el perrito, Gatchan –apremió al pequeño ángel.
-Como le iba diciendo...
-Señor –le interrumpió Oob-, se equivoca. No es una antena.
-¿No? Entonces, ¿qué es?
-Es una maquina que extrae la energía del planeta y lo destruye a su paso.
-Diablos –el hombre parecía ridículamente preocupado-. ¿Y quién ha puesto eso ahí?
Entonces, un pequeño temblor sacudió todo el pueblo. Ruidos de edificios destruyéndose comenzaron a escucharse en la lejanía. Y de pronto, Arale apareció corriendo mientras tiraba con una correa de perro gigante a un Oozaru.
-Vamos perrito, ahora haz pipi y popo para no ensuciar la casa –ordenó gentilmente la niña al monstruo.
La gigantesca bestia comenzó a gruñir, se levantó y grito a los cielos mientras abría sus enormes fauces.
-Sit, sit, perrito –dijo Arale tratándose de ponerse seria.
-Eso no es un perro... –explicó Oob con el rostro desencajado.
El Oozaru rompió el gracioso collar que le envolvía el cuello y corrió hacia la niña.
-¡Plas! ¡Plas! –ordenaba una y otra vez Arale mientras miraba fijamente a la bestia.
Y de un fortísimo golpe, el gigantesco saiya lanzó a la cría contra un edificio.
Asustado, Oob corrió enseguida en su ayuda. Pero, misteriosamente, la niña salió de entre los escombros como si nada hubiese pasado.
-Arale... ¿Estás bien? –preguntó Oob completamente atónito.
-Que fuerza tiene este perrito. Pero si quiere jugar a lo bruto, jugaremos –dijo antes de echarse a reír.
La niña se lanzó corriendo hacia la bestia y comenzó a darle palmadas en el culo.

-Vaya, cuando le encontré hace dos días durmiendo junto a la antena conseguí domarlo –comentó la niña sorprendida al ver como sus golpes eran ineficaces contra la bestia.
-Déjamelo a mí, Arale –le dijo Oob mientras se ponía delante suya para defenderla.
-Maldita humana –gruñó el Oozaru-. Me llamo Onio, soy un guerrero de élite del imperio del rey Vegeta. Nunca antes alguien se había atrevido a humillar a un saiya de esta manera. Lo pagareis muy caro.
El Oozaru abrió sus fauces y despidió un tremendo torrente de energía sobre ellos. Oob cogió a Arale y saltó justo en el último momento.
-Espera aquí un momento – le pidió a la chica dejándola tras una casa.
Oob se encaró con el saiya. –Ríndete o lo pagarás muy caro –le amenazó.
Pero el Oozaro no le escuchó lo más mínimo. De enuvo, el mono gigante abrió su voca y volvió a convocar el mismo poder que antes.
-Tú lo has querido –dijo Oob.
El aprendiz de Goku puso sus manos cerca de la cintura y convocó una de las técnicas que antes había aprendido.
-¡Kamehameha! –gritó antes de lanzar un enorme rayo de energía.
Los dos rayos chocaron entre sí y pugnaron por ver cuál era más potente. Tras unos segundos en que la balanza iba decantándose a favor del saiya, Oob sacó fuerzas de flaqueza y donó parte de su energía vital para hacer su ataque más fuerte.
El Kamehameha absorbió el otro rayo y chocó contra la garganta del gigantesco monstruo.
La enorme bestia cayó sobre los pequeños edificios de la extraña aldea y los destruyó en el tremendo impacto. En un abrir y cerrar de ojos, cantidad de personas salieron a comprobar el por qué de tanto alboroto y antes de que Oob pudiese siquiera reaccionar, un hombre bajito con un traje de maya azul y capa roja estaba asumiendo la autoría de la hazaña.
-Yo, Suppaman, he sido el encargado de neutralizar al temible perro rabioso que nos dejó la compañía de televisión –dijo a toda la gente que le rodeaba mientras posaba junto a su patinete-. Si quieren fotos firmadas, los martes después del seminario.
-¡Bien por Suppaman! –animó Arale incondicionalmente.
-Vaya, un perro rabioso y una antena que no funciona. Por favor, dígale a su compañía que no queremos saber nada de ella en este pueblo –dijo el doctor Norimaki antes de darse la vuelta y marcharse como si nada.
-¿Será posible que no se hayan dado cuenta de que han estado a punto de morir todos? –se preguntó Oob, todavía boquiabierto por el espectáculo vivido.
Entonces, cogió el comunicador y llamó a Bulma para decirle que su misión había sido completada. Sólo deseaba que los demás hubiesen tenido la misma suerte.



El hidroavión dio dos vueltas encimas del objetivo antes de aterrizar sobre el océano y formar pequeñas olas a su alrededor. La puerta lateral del vehículo se abrió y Sinaí sacó su cabeza hacia afuera. Era justo ahí dónde las coordenadas indicaban que estaba situada la torre de extracción, sin embargo, no había señal de ella. ¿Era la invisibilidad una de las protecciones de aquel aparato?
-Marduk, revisa de nuevo el radar –le ordenó al bandido tigre.
-Es aquí, Sinaí. Estamos justo al lado de esa maldita cosa –ladró con voz furiosa. Para cualquier otra persona podría parecer que Marduk estaba seriamente enfadado. Nada más lejos de la realidad. Al enorme tigre humanoide la encantaban las aventuras y aquella se estaba convirtiendo en la experiencia más grande de toda su vida. Su voz era así siempre, grave, hostil y con cierto punto animal. Al fin y al cabo no se le podía achacar nada, ¡era mitad tigre!
Sinaí volvió a asomarse al mar. –Pues aquí no hay nada. Nada de nada –afirmó mientras observaba detenidamente el agua, como el que busca una aguja en un pajar.
-¿Estás segura que no está bajo el agua? –le volvió a preguntar el bandido.
-Segura –respondió sin mirarle-. Si estuviese sumergida no la detectaría. El radar de este hidroavión sólo es para la superficie.
-Pues entonces debe estar estropeado –concluyó Marduk.
Zagros se levantó de donde estaba meditando y fue junto a Sinaí. Miró el agua y señaló con el dedo justo frente a ellos.
-Ahí –dijo el crio.
-¿Ahí qué? No veo nada –repuso ella.
-Eso -y apuntó vehementemente con el dedo.
Era prácticamente inapreciable. Rayando la superficie del océano había una especie de metal rojizo del tamaño de una moneda que sobresalía un milímetro el nivel del mar.
-¿Cómo lo has visto? –inquirió Sinaí, alucinada.
-No lo he visto. Lo he sentido –contestó el niño, como si fuese lo más normal del mundo.
Marduk se levantó del asiento del piloto y fue junto a ellos. –Este chaval cada día me da más escalofríos –declaró el tigre con repelús.
Zagros rió.
-¿Por qué te ríes? –preguntó Sinaí.
-Porque es verdad. Le doy miedo –dijo, aún riéndose.
Sinaí miró a su gigantesco compañero con cierto recelo. -¿Te asusta un niño de 8 años?
-Se mete en tu cabeza, Sinaí. Quién sabe qué cosas hará ahí dentro –respondió el tigre.
-¡Tres! –exclamó de pronto Zagros, sonriente.
-¿Tres qué? –dijeron Sinaí y Marduk al unísono.
-¡Dos!
-¿Dos?
-¡Uno!
La chica y el tigre se miraron extrañados y, como si se les hubiese iluminado la bombilla, lo entendieron todo de golpe. Marduk sacó un hacha y un espadón y Sinaí se puso en guardia.
-¡Cero!
Y en una sincronía perfecta, del fondo del mar emergió un calamar gigante con un saiya cruzado de brazos sobre su cabeza.
-Bienvenidos –les dijo el guerrero del espacio haciendo una educada reverencia-. Venís a por la torre, supongo –les dijo mostrando una amable sonrisa.
-Estoy empezando a odiar a este niño –bromeó Marduk, pesimista y malhumorado.
El saiya pronunció unas incomprensibles palabras hacia el cefalópodo y éste avanzó hasta el hidroavión.
-Me llamo Tilent, terrestres –se presentó. Era alto y fornido, con una armadura completa y pelo apuntado que descendía en una pequeña melena sobre sus hombreras-. Pese a pertenecer a la División de Exploración, estoy encargado de proteger esta torre. Así que permitidme el consejo: largaos de aquí.
Sus últimas palabras de advertencias fueron duras y frías. Sinaí no necesitaba más para saber que aquel soldado daría su vida si hiciese falta por defender ese cacharro.
-Me temo que no podemos retroceder, Tilent –repuso ella, falsamente afligida-. Ese trasto está absorbiendo la energía de mi planeta y tengo que detenerlo.
Él puso una mueca de desagrado. –Entonces no queda más remedio que pelear.
-Que así sea –declaró ella.
Y antes incluso de que alguno de ellos pudiese darse cuenta de lo que significaba aquella declaración de guerra, un puñal incandescente salió disparado del hidroavión y se clavó muy cerca del corazón de Tilent. El saiya se arrodilló por el dolor. Su armadura se había roto y, aunque no le había atravesado el corazón, el puñal había atravesado lo suficiente su cuerpo como para hacer que una cascada de sangre corriese por su pecho.
-Lo siento, chicos –dijo Marduk con apatía-. La verdad es que yo ni tengo tú educación –habló mirando al saiya-, ni tú compostura –dijo mirando ahora a Sinaí-. Así que yo voy a ir empezando con eso de los golpes si no os importa.
-¡¿Ataque a traición?! –exclamó el defensor de la torre-. ¡Lo lamentarás!
Y el animal, como si fuese la extensión de la rabia de su amo, alzó varios tentáculos y embistió contra la nave, rompiéndola en tres trozos y empujándola hasta el océano.
-¡Hay que salir de aquí- apremió Marduk.
Entonces, Zagros alzó sus manos y envolvió a sus dos compañeros en sendas burbujas y las elevó consigo hacia los aires. Y desde el cielo, los tres contemplaron como su único medio de transporte se hundía lentamente en las aguas mientras el rabioso saiyan les miraba con los ojos inyectados en sangre.
-¿Queréis jugar? ¡Jugaremos! –dijo Tilent con risa psicópata.
El saiya se lanzó a por ellos. Zagros, frío como el huelo, esperó a que estuviese lo suficientemente cerca como para romper la burbuja que aprisionaba a Marduk pero que también le mantenía en el aire. Al irse la esfera que le envolvía, el tigre sólo tuvo que dar un pequeño impulso hacia su enemigo. A la velocidad del rayo, sacó un hacha y una espada mellada de su espaldas y atacó a Tilent, quién desprevenido, sufrió aquella acometida que le cercenó parte de la armadura. Después, el bandido tigre cayó irremediablemente al agua.
Tilent miró sus nuevas heridas, extrañado. -¿De qué demonios están hechas esas armas? –se preguntó en voz alta. Según los informes que él mismo había enviado a la División de Defensa, no había armamento en la Tierra capaz de hacerles un daño significativo. Obviamente se equivocó.
Quizás por aquel hecho le había dejado sin palabras o puede que porque Sinaí era francamente rápida, el guerrero del espacio fue incapaz de ver el golpe de la chica y salió despedido contra el calamar. Pero antes que pudiese reincorporarse, el saiya ya tenía a la guerrera terrestre dándole una buena lluvia de patadas sobre su lastimado torso.
-Eres rápida –le alabó Tilent.
-Gracias.
-Y con buena técnica. Eso es algo que le falta a mi pueblo –ella le guiñó un ojo en respuesta a ese comentario-. Pero te falta fuerza. Potencia.
Tilent bloqueó uno de sus golpes y de la sola fuerza que emitía su golpe en el aire, Sinaí salió disparada hacia atrás cayendo sobre la cabeza del calamar.
-Lo siento. Al contrario que tu amigo, posees una nobleza y un sentido del combate envidiables, incluso para muchos de mi raza. Es una lástima que tengamos que ser enemigos. Pero no te preocupes, terrestre. No voy a matarte. Pero no puedo permitir que destruyas…
Entonces, las palabras del saiya fueron interrumpidas por el filo de una espada que acababa de atravesarle el pecho.
-¿Qué…? –dejo escapar Tilent, confuso y asustado.
Atónita, Sinaí miró detrás del guerrero del espacio para ver quién era el autor de aquel traicionero ataque. Pero para su sorpresa, no había nadie allí.
-¡¿Qué haces ahí parada?! –dijo la voz la Marduk, aunque ella no sabía de dónde provenía-. ¡Remátale!
Entonces, poco a poco la figura de Marduk agarrando el arma a la espalda del saiya fue haciéndose más clara y visible.
-Marduk, no… Él es diferente… No es tan…
-¿Qué? ¿No es tan malo? ¿Eso ibas a decir? –gruñó el tigre-. ¡Esto es una guerra, Sinaí! ¡¿Cómo diablos quieres que destruya esta torre?! ¡¿Con palabras bonitas o qué?!
-Pero…
Sinaí no aprobaba aquellos métodos. Sabía mejor que nadie que no podía tener clemencia con los saiyans. Un error y todos acabarían muertos. Había demasiado en juego. No eran buenos tiempos para tener principios.
Muy a su pesar, Sinaí se levantó y comenzó a invocar su técnica más mortífera: el Red Kamehameha.
-Lo siento mucho, Tilent…
Pero entonces, los tentáculos del calamar volvieron a aparecer de la nada y agarraron por las piernas a ambos guerreros y los arrastraron hasta lo más profundo de las aguas.
Tilent se sacó la espada que le atravesaba y un torrente de sangre enorme comenzó a manar de la herida. El saiya cayó de rodillas sobre su aliado cefalópodo y acarició su enorme y rugosa cabeza.
-Gracias, amigo. Gracias… -su voz cada vez era más débil-. Quizás muera en esta batalla, pero habré conseguido realizar mi misión y proteger la torre –Tilent comenzó a toser sangre-. Y todo gracias a ti –tosió de nuevo y tuvo que parar un poco antes de seguir hablando-. Y todo gracias a ti, amigo. Si no llega a ser por tu ayuda no lo hubiese conseguido –y el animal hizo una especie de extraño sonido en respuesta-. En todos mis viajes jamás encontré un seguidor con el que haya tenido esta comunión. Es irónico que haya tenido que ser aquí en la Tierra, donde vaya a morir donde por fin lo encuentre. Aunque dudo mucho que te pudiese llevar conmigo pese a que sobreviviese –y rió-. Pero gracias. Muchas gracias.
Justo cuando los monumentales tentáculos de aquel animal se dirigían a acariciar a su señor, un hacha que daba vueltas por los aires cercenó varios de sus miembros, produciendo que el calamar emitiese un chirriante sonido de dolor.
-¡NO! –exclamó Tilent.
Marduk apareció completamente empapado escalando el lateral del colosal monstruo.
-Si no hubieses ordenado a tu bestia agarrarnos y ahogarnos, no hubiese tenido que golpearla hasta que nos soltase a Sinaí y a mí –se excusó el tigre.
-Lo pagarás –le prometió el saiya, emocionado.
-Puede, pero no serás tú quién me la devuelva.
Marduk alzo la mano hacia un lado y el hacha, como si tuviese vida propia, fue hasta ella. Entonces, el bandido la alzó sobre su cabeza y le dio el golpe de gracia al moribundo guerrero del espacio.
Como un cohete en ascensión, Sinaí emergió del océano gritando.
-¡Marduk, no! –chilló, tratando de detener a su compañero.
Pero horrorizada contempló que ya era demasiado tarde. Sinaí se arrodilló frente al cuerpo y se echó a llorar.
-¿Por qué le has matado? –preguntó entre lágrimas.
-Porque ha visto demasiado, Sinaí –contestó con dureza-. Ha visto nuestras armas. Nuestras técnicas. Podría haber atado cabos y descubrir para quien trabajamos realmente.
Ella se levantó de su lado, pero no dejó de llorar.
-Debemos avisar a la científica –dijo Zagros, quien había estado observando el combate desde las alturas.
Marduk dirigió la mirada al cielo y se cubrió del resplandor del sol con su brazo ensangrentado. –Comprendido, chico –le dijo al niño-. Por cierto, buena jugada esa de hacerme invisible. Creo que podremos utilizar ese truco en muchas más ocasiones.
Sinaí le miró con los ojos aún envueltos en lágrimas pero se esforzó por dedicarle una sonrisa, aunque fuese triste y forzada, a su compañero.
El tigre se acercó a ella y le puso la mano en el hombro. –En toda guerra hay sacrificios, chica. En todas muere gente buena de ambos bandos. Debes aceptarlo.
Ella asintió y se limpió las lágrimas con la muñequera. –Estoy lista –avisó Sinaí a ambos.
-Está bien. Avisemos a la princesita de la Capsule Corp que nuestra torre esta lista para ser destruida –expuso el tigre.
-Ya está hecho –les avisó Zagros.
-¿Cómo? –repuso Marduk.
-La he avisado telepáticamente.
-Este crío me da un miedo de muerte.