viernes, 4 de marzo de 2011

Capítulo 15




Preparativos de guerra.
La guerra es demasiado importante para dejarla en manos de luchadores.



Bulma sorbió la taza de humeante café mientras miraba fijamente por el ventanal de su despacho a la nave principal de la Capsule Corp., convertida temporalmente en un pequeño campo de refugiados.
Colchones alineados por todas partes, mantas, ollas de comida que se racionaban a todos los supervivientes,… Eran familias destrozadas a las que su propio planeta se le había hecho demasiado pequeño para huir. Porque así era realmente. Con los saiyans no había lugar para esconderse. Lo que le llevó a pensar en otra cosa: ¿Cuánto aguantarían en un lugar como aquel?
Era obvio que tarde o temprano los saiyans sabrían de aquel refugio, si es que no lo sabían ya. La Capsule era una fortificación enorme en el centro de unas de las más grandes ciudades. No podía pasar inadvertida de ningún modo. Y más cuando ellos tampoco habían sido discretos. Todas las poblaciones de alrededor habían sido liberadas, por no mencionar a todos los soldados a los que habían eliminado. Demasiados imprevistos para el rey Vegeta, estaba segura. Sólo les faltaba hacer propaganda e iluminarlo todo con fotos para hacerles ver que ellos eran la resistencia que tanto habían temido.
No, aquello no podía ser. O la especie de Goku tenía otros asuntos que atender, cosa que no creía posible, o aquello sólo era la calma que precedía a la tormenta. Lo que a su vez sólo podía significar que se les acababa el tiempo para sorprenderles con un ataque a gran escala.
Bulma volvió a su escritorio y miró el mapamundi. Seis torres, seis objetivos. Y seis grupos que asignar. Todo demasiado cogido con alfileres. Si uno solo de ellos fallaba, todo se iría al traste. Todo de verdad. El planeta, sus vidas,… el universo. Aquella guerra era demasiado importante para dejarla en manos de simples luchadores. Tenía que intervenir ella misma. Sin su ayuda estaba segura de que no lo conseguirían.
Bulma bajó a la sala de entrenamiento donde descansaban los chicos. Cuando se abrió las puertas magnéticas de la sala se llevó una gigantesca sorpresa al comprobar lo que estaban haciendo los hombres que mañana sacrificarían su vida por el planeta. Todos ellos estaban… ¿jugando?
Habían divido la sala circular en dos campos y puesto una red en la mitad. El juego: una especie de partido de balón prisionero pero con libertad absoluta para utilizar técnicas para potenciar los lanzamientos o esquivar mejor el balón. Además, la zona muerta donde iban los eliminados era un verdadero campo de batalla de todos contra todos. Pero todo el partido, en cualquier zona, era una verdadera oda a la diversión. En vez de entrenar ellos estaban haciendo una fiesta. ¡Intolerable!
Justo cuando la enfadada científica iba a dar un paso al frente y dar un buen grito a todos, una mano en el hombro le paró en seco. Era A-16, quien, sonriente, señaló con un movimiento de cabeza que dejase a los chicos hacer lo que quisieran.
-Deberían estar preparándose para mañana. O descansando; o meditando. O lo que quiera que hagan antes de ponerse a pelear. ¿Pero jugar? –expuso ella con cara de desagrado.
-No hay necesidad de entrenar –dijo el androide sin sentimiento alguno en su voz-. Su fuerza no va a cambiar porque entrenen hoy. Son luchadores expertos y saben a qué se enfrentan. Lo más sensato que pueden hacer es exactamente lo que están haciendo: pasar lo mejor que puedan los que pueden ser sus últimas horas con vida.
Bulma, sorprendida, miró a A-16. ¿Acaso ella tenía un corazón más frío y calculador que un robot?
-Ya que nadie me necesita por aquí, iré a preparar el laboratorio para mejorar la fuerza de A-17 y después me pondré a recopilar toda la información que pueda a cerca de las torres y sus emplazamientos –gruñó malhumorada, dándose la vuelta y volviendo tras sus pasos sin dirigir ni una palabra a nadie más de esa habitación.
-Necesitamos tu sabiduría, científica –dijo A-16, haciendo que por un momento se detuviese y le mirase antes de seguir su camino-. No seríamos nada sin ti.
Y aunque ya nadie pudo verla, Bulma sonrió.